lunes, 31 de diciembre de 2007

Desde Arequipa, con amor. Crónica rápida e inconclusa

El amarillo, ese es el color de la esperanza. Peruana. El amarillo canario inunda estos días los comercios y los puestos callejeros de las ciudades. Con ese pigmento celebran los peruanos la bienvenida al nuevo año. De pies a cabeza, desde los más íntimo a lo más extrovertido. Sombreros, braguitas, espumillones, gafas…
Al amarillo apuestan su futuro, la causa todavía no la sé, pero investigaré, pero alguna tiene que haber, como el hecho de que en Perú no exista la Navidad si no se tiene Panetone en casa. Panetone? El bizcocho italiano en forma de torre? Sí, ése. Pues resulta que viene de los colonos italianos de principios del S. XX, por eso celebran hoy todos con ese bizcocho.

Rituales de limpieza
No faltan los enseres mágicos, la brujeria, la adoración a la Pacha Mama, a los Apu, las montañas, santificar los rincones de la casa con palo santo y otras hierbas. Los mercados, los populares, están invadidos de ese olor, quemados como incienso en unos pequeños recipientes de barro. Pedir deseos y regalar objetos que nos acerquen al deseo, dinero, un carro, una vivienda, un pequeño objeto que identifiquen los dioses y que traiga el bienestar a sus peticionarios.

Feliz Año, amigo/as. En vivo y en directo
Allí ya es Año Nuevo, aquí faltan unas horas. En la cocina están mis amigos, currando como locos para la fiesta que se ha preparado para esta noche. Vamos a hacer una parrillada con carnes y verduras, un par de ensaladas, criollas y aderezado con ricas salsas, peruanas. Todo saldrá bien. Y yo mientras escribiendo la felicitación de Navidad–Año Nuevo. ¡Qué morro tengo! Ahora, en un ratito les echo una mano, les he prometido fregar.

No soy cool!
pero no hecho de menos a nadie. A ninguno de los que viajáis conmigo, en la distancia. No extraño ni a mis amigos, ni mi país, ni la tierra, tampoco a mis familiares. No se me pasa por la cabeza eso de "ojalá estuviese allí". No, para nada. Es otro estado mental el que me domina. La melancolía tampoco aparece . Estoy tan lejos, que debería percibir añoranza, morriña, no sé,… algo raro en mi cuerpo, por lo de las Navidades, digo… pero no, me encuentro de maravilla donde estoy, con quién estoy y cómo estoy, a pesar de la cefalea. Y sabéis por qué, porque me siento, primero, en forma y segundo acompañado. No me encuentro solo. Todo lo contrario. Sé de mucha gente, personas importantes para mi, que están ahí, enfrente, al lado, junto a mi… A muchos kilómetros de distancia, sí, pero junto a mi. Es una sensación placentera.

72 horas desaparecido, malestar general. Seco de palabras. Así me he sentido desde que he llegado a Arequipa. Será la altura, serán las fechas, será la compañía… No, la compañía imposible. Están Miguel, el peruano; Ángela, su mujer, hermosa; Alessandra, la colombiana, vieja amiga. Las fechas, podría, pero no… Va a ser la altura!! El soroche, que dicen, el mal de altura, que se ceba en los que sufrimos de cabeza… O cualquier cosa que no controlo. Una migraña me ha tenido apartado del mundo. Soy otro.

Feliz Año a todo/as.

martes, 25 de diciembre de 2007

Viaje por el Amazonas 3: fin de etapa

Tres ciudades, tres Estados. Tabatinga, Brasil; Leticia, Colombia y Santa Rosa, Perú. Me gustan este tipo de localizaciones, donde se mezclan las lenguas, los acentos, las monedas y las costumbres. Me gustan las no-fronteras como entre Tabatinga y Leticia, donde no existe control y se atraviesa como quien cruza una calle, porque esa es la división, una acera es Brasil y la otra Colombia; donde montas en una moto-taxi en un país y te deja en otro; donde puedes pagar indistintamente con una moneda o con otra; donde un jugo o una cerveza te la pueden servir cualquiera de esas tres nacionalidades. Debería extenderse.

Tabatinga, la fea
Llegué a Tabatinga un día más tarde que el resto de los pasajeros. Me quedé para escribir a gusto, sin molestia. Todo el barco era para mi, pero no era lo mismo, el Fenix no era el mismo, faltaban sus protagonistas, solo estaba la tripulación y 3 o 4 pasajeros. Era triste. Aunque estuve en buena compañía, y una joven de 16 años, entre lloros, me confesó su embarazo.
Pernocté en el lado brasileño porque allí me iba a encontrar con Gabo, Dani y Olga, los mexicanos, con los cuales iba a ir a Iquitos, pero un mal entendido les hizo ir al lado colombiano. Ellos supieron de mi existencia porque mostré su foto en mi hotel, donde habíamos quedado, y a una joven brasileña de una agencia de viajes que luego, por la tarde, en Leticia les reconoció desde su carro, se paro, bajó y les dijo que un español les andaba buscando con una cámara de fotos. Se partieron el culo de risa. De eso me enteré el último día de estancia, al comprar el pasaje para Iquitos.

Leticia, la guapa
Me arrepentí de no haber dormido en Leticia, ¡Ay, Colombia, que hermosa eres! Porque, aunque no haya barreras, sí que existen diferencias y los colombianos vuelven a ganar por goleada en gusto, en tratamiento y en el cuidado de sus cosas. Colombia es diferente, Colombia es mucho. Y se nota. La ciudad brasileña no tiene nada, son grandes avenidas sin ningún tipo de gracia, son calles cuyo único atractivo es el moho que impera en sus paredes y el mercado junto al puerto, por lo novedoso en sus viandas, frutas, verduras y pescados del Amazonas.
Santa Rosa, en cambio, la separa el Amazonas, y se nota, no puedo hablar porque únicamente la pisé para embarcar hacia Iquitos, pero según me contaron los mexicanos era un puto desastre: la puta pobreza.

Ciudades moteras
Apenas hay coches, para qué si no pueden ir a ninguna parte salvo dentro de las lindes de estas ciudades, lo demás es todo selva. No hay carreteras y la ciudad más cercana está a cientos de kilómetros y sin acceso terrestre. Así que las calles y avenidas están invadidas de motos, moto-taxis, que transportan personas y mercancías o las dos cosas. Divertido y barato. La diferencia? Que los colombianos utilizan más el casco que los brasileños, por lo demás, idénticas.

A Iquitos a toda hostia
De verdad, una lancha-bus con dos motores fuera borda de 250 caballos cada uno que llegaba a alcanzar 70km/h… y sin casi botar, con un capitán experto que sorteaba las ramas y los árboles con sutil destreza, mientras anotaba los tiempos. Total, 498 km en 9 horas con dos paradas, una de control de pasaporte y otra para dejar a unas monjas en Pevas, poblado peruano todo de madera y que se me cayó el alma a los pies al ver su pobreza. Y no sólo la de esta ciudad, sino el paisaje humano que se experimenta en Perú cambia: los muelles, las barcazas, las casas dan la sensación de que la historia no ha pasado por ellos y se han quedado no sé en qué año. Duro, muy duro.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Viaje por el Amazonas 2: sus protagonistas

Cuando abandoné el Fenix me despedí personalmente de toda la tripulación, del capitán, de su segundo, de las meseras, de las cocineras, del señor encargado de la limpieza y el de la seguridad. De los estibadores y de su jefe. Les di las gracias por haberme hecho tan feliz sin pretenderlo. A ellos y a Milton, el peruano en paro; a Hernán, mi traductor, también peruano y a todos con los que conversé y no me aprendí su nombre. Todos, absolutamente todos hicieron de ese trayecto un viaje inolvidable. Y sobretodo a B. que se hizo pasar por mujer aun siendo una niña, me dedicó hermosas palabras y no se dejó fotografiar a pesar de tener los ojos más bonitos que haya visto en mi vida. Gracias a todos.

Manuel, el capitán
Tenía el turno de la noche y mi cabina estaba junto al puesto de mando. Toda la vida en el Amazonas, en embarcaciones de todo índole y en diferentes ríos. 18 meses con Costeau. Lo ha visto todo en esas aguas. Sus hijas en Holanda y EUA. Está preparando su pick-up para irse dos meses por tierras latinas y ahorrando para ir a Europa y visitar a sus hijas.

Joao, el indio
De la tribu Martes. Cinco días tardo en saludarme, sonreírme. Me lo encontraba todos los días varias veces, siempre le saludaba, él bajaba la cabeza y me negaba el saludo. no me permitía que le hiciese fotos, hasta que un día me pidió el ipod, estuvo dos horas con él. Inamovible, rígido, seco aunque sonriente al final: conversamos demasiado poco como para preguntarle que significaban las líneas que le cruzaban el rostro. En cuanto le pedí una imagen con él volvió a su expresión taciturna. El último día le sugerí una foto con su esposa, me dijo que sí, en el momento de efectuarla me contó que su mujer quería 20 reales, le dije que adiós.

Mis amigos, los mexicanos
Gabo, el Gordazo, según le apodó María Lucia, abuelita brasileña de 53 años, tantas mujeres como países ha visitado, vive entre Ibiza y Barcelona, se quiere dedicar a la fotografía: su cámara me daba mucha envidia. Danir, el ojazos, eran lindos, tiernos, mirada sosegada, buena persona por los cuatro costados, su amor se llama Olga, española, de Salamanca, viven allí… por ahora. Encantadora pareja. Con ellos pasé la mayor parte de mi tiempo, jugando al dominó, riendonos de la vida y contándonos nuestras aventuras viajeras. Los volveré a encontrar, seguro!

Sasa, un toro que no se jubila
66 años, toda la vida trabajando en barcos. De limpiador. Se pasaba el día con la escoba y la fregona y cuando tenía tiempo se colgaba de la borda y limpiaba el casco. Yo le miraba acojonado porque se agarraba con una mano, sin ningún tipo de seguridad, mientras que con la otra pasaba la bayeta. Tenía el barco como la patena. Me pidió un real para comprar cachaza, le di 2 y casi me mata del abrazo. Viejo, pero fuerte como un toro.

Sula, el gladiador
Español, de Roma, decía él, Era el encargado de la seguridad. Andaba lento, como si no pudiese mover su propio cuerpo. Se hizo amigo mío porque no paraba de darle cigarrillos, bueno de hecho fui el estanco oficial del Fenix, todos me pedían tabaco, y claro yo no se lo negaba, ellos me daban otras cosas: información, charla, secretos de alcoba, sonrisas y me permitían hacer fotos sin que hubiese mosqueos

Las meseras, Marilza, Beatriz y Maria
Tres generaciones. La abuela y la nieta me perseguían por razones diferentes, la tía se compinchó con la sobrina. En fin, un lío sin mayores consecuencias. Se pusieron guapas para desembarcar en Tabatinga

Norberto, el malo
Colombiano. Traficante de armas, tres veces en la cárcel, un cuerpo bello, sin gota de grasa, pura fibra. Le tuve que moderar varias veces. Todo el barco lo quería echar por la borda. Acabó en comisaria y molido a palos, según me manifestaron los jóvenes. "Soy malo" decía, "pero peor que malo es ser ateo o marica" Lo echaron al tercer o cuarto día, por meter manos a las chicas por la noche, se pajeaba tocándolas el culo y luego las llamaba putas por no hacérselo con él. Un cabrón.

Elenka, mi niña
India. lo más bonito del barco, la desdentada, cinco años llenos de energía, juguetona, graciosa. Flexibilidad corporal absoluta, le hice mil perrerías, cariñosas evidentemente, y siempre quería más. El primer beso que le pedí tardo más de 10 minutos en dármelo, el último ni un segundo. Su padre no le hacía ni puto caso. La adoptamos todos los guiris… se sentía importante.

Fran, sin compromisos emocionales
24 años, divorciada, mama de tres hijos, el primero con 16, por parte de mama tiene 8 hermanaos, por parte de papa 40!, "era un poco mujeriego" me confesaba. Simpática, agradable, curiosa y divertida. Se ponía la ropa con calzador, más prieta imposible. No quería pareja fija, por las noches a menudo no estaba en su hamaca, fue una de las que se quejó al capitán por las groserías del Malo. Nos reímos mucho con ella.

Guillermo, el Galgo
Artista colombiano, un fenómeno, un personaje. El concepto reciclarte es suyo, aunque se lo habían robado. Se pasaba el día pintando o con unas tijeras de cortar chapa. Lo suyo son las latas, vacías. No paraba de hablar, increible tenía rollo para horas, al principio me insulto con que si yo no era ciudadano sino súbdito de un rey, al final conversamos largo y tendido y me regaló una de sus obras, lamentablemente se rompio en mi equipaje. Todo el barco estuvo decorado con sus latas-lámpara, latas-móvil, etc.

Rosana, enamorada y con el corazón partío
Nos colmaba a besos a los mexicanos y a mi. Quiero pensar que sin malas intenciones, por la edad, tenía 17. Se enamoró del camarero, pero al día siguiente llegó una mujer de grandes curvas y ya no pudo hacer nada, más que mirar cómo la otra no se separaba de su enamorado.



Los guiris, Emma, Vicky y André,
A ellas las conocí en el Hostel, no me hizo gracia que fuesen en el mismo barco que yo, luego resultaron ser un cielo. Las dos. Emma, australiana y todo sonrisa; Vicky, inglesa, desde el segundo día con un pañuelo al cuello; André, alemán, nacido en Sudáfrica no entendió cuando fue a Alemania como los no blancos iban a la escuela con los blancos, era un buen tipo.

Ana Alice, la lectora
La única que no leía la biblia, la mujer más elegante del barco, aunque demasiado presumida. Unas manos preciosas y una sonrisa cautivadora. Pasaba de todo el mundo, hasta que el último día alguien la conquistó…

Joao, el cazador
No pasaron ni cinco minutos de arrancar que ya estaba a la caza. Pura tetosterona. No hablaba ingés, pero le daba igual. Con las inglesas o con quién fuese. Brasileño de papa colombiano. Nos estafó unos reales a Gabo y a mi para comprar algo que nunca llegó. Me cayó bien y se lo perdoné.

Los pasajeros-estibadores
Puro músculo, cuerpos bien formados. Brasileños, colombiano y peruanos. Son jóvenes y fuertes, querían tirar al Malo por la borda, hubo que frenarles. Se pagan el pasaje currando, buen sistema de viaje.

X, el autista
Suizo, aunque lo escondía, a mi me lo contó Fran, mi informadora. No se relacionaba con nadie, se pasaba el día en el camarote y cuando salía estaba solo. Un imbécil. Coincidimos un par de veces comiendo junto a André, charlabamos en alemán y él se hacía el tonto. Imbécil, insisto.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Viaje por el Amazonas 1: una historia que no se puede contar

Cómo contar una historia que no se debe contar, cómo explicaros lo que allí he vivido sin traicionar los principios que rigen ese trayecto fluvial. No lo sé. Cómo explicar lo que sucede en las embarcaciones que atraviesan todo el Amazonas. Cómo describir lo que acontece en esos cruceros no turísticos, repletos de gentes del lugar. Difícil, difícil. Para mi ha sido tan importante, tan exclusivo, tan lleno de vida que me podría morir ahora mismo y ser feliz. He hecho varios borradores y ninguno me convence. Este es un intento más.

"Lo que pasa en el barco se queda en el barco"
Esa es la máxima. Una ley no escrita en el Amazonas. Nos lo advirtió Marcelo, 45 años, por la noche desaparecía de su hamaca. "Todo acaba cuando tocas tierra", confesaba Joao, Juan en español, como le gustaba decir a él, 20 años de pura testosterona y que nos estafó algunos reales por movidas porreras. Pero vayamos por partes.

¡Viva el silencio!
No hay más que decir, y no seré yo él que desvele lo que allí sucedió, no a mi, que me da igual, sino al conjunto, a los pasajeros y tripulantes de ese trayecto. Es una cuestión de respeto. Y además creo que está bien que sea así: todos sabemos de paraísos perdidos por culpa de la publicidad, la información y los operadores turísticos. Todos nosotros hemos oído de casos de personas que viajan a lugares por motivos perversos, desestabilizadores o especulativos. Por ello la ley del silencio preserva de dicha contaminación tantos lugares o espacios, y éste, os juro, es uno de ellos. Esa ley permite que esos trayectos permanezcan virgenes: a los malos los echan, como sucedió con Norberto. El respeto es la garantía. Hay que dejarse llevar, no buscar porque encontrarás.

Manaos–Iquitos un trayecto en dos etapas
1.600 km de recorrido fluvial remontando el Amazonas. Primera etapa, 1.100 km de Manaos a Tabatinga (frontera de Brasil con Colombia y Perú) 7 días de ensueño en el Fenix, embarcación con casi 200 pasajeros, mucha mercancía, siete tripulantes y algunos estibadores–pasajeros, que pagan parte de su pasaje descargando. Segunda etapa, 500 km en lancha rápida, de Tabatinga hasta Iquitos, 10 horas en un recorrido que normalmente en barcaza se realiza en 52 horas. Tenía prisa, las Navidades se acercan.

Y la nave va: droga dura
Mi nave, un viaje en si mismo, un tripi que dura 7 días con/sin efectos secundarios, ¡yo que sé!. Un subidón de perica, un hongo alucinógeno. Una dosis de hierba que te transporta a mundos que sólo existen en tu cabeza. Morfina pura sin crear dependencia. Un éxtasis sin meterte nada. Un viaje sin drogas, limpio, sano, donde la convivencia es el mejor colocón. Un viaje astral sobre la superficie de un río.

El Fénix no es el ave del paraíso, es un barco en el paraíso
43 m de eslora, 7,8 de ancho. Un lujo de embarcación y no una embarcación de lujo. Ni gratis lo cambio por un crucero transatlántico. 4 camerinos, uno de ellos el mío, y un bosque de hamacas. en la segunda cubierta, bajo techo. En la primera todas las mercaderías y algunas hamacas. Rodeado de indígenas, brasileños, colombianos, peruanos y viajeros del hemisferio Norte. No se admiten turistas, sólo viajeros. Hay escalas, como buen crucero, pero no para comprar Armani, DG o joyas de Bulgari, no, sino para desembarcar huevos, refrescos o colchones, o para beberte un agua de coco y comprar a escondidas una botella de cachaza. Paradas en puertos sin puerto, a cualquier hora, cuando se llega, que siempre es incierto. Abordajes pacíficos en medio de la noche, para que suban más pasajeros o baje algún indígena.

La jornada
Toca levantarse a la 5.30, desayuno a las 6, hacer cola, comedor con 20 plazas y va por turnos. Tiempo de asueto, recreo, lavarse, charlar, mirar, observar, o volver a acostarse si se ha dormido poco. El almuerzo a las 11, el mismo ritual, aunque muchos llevan su propio plato para evitar la fila. Después, la siesta, con la hora de más calor, yo en cabina y con aire, los demás donde caigan, generalmente en sus hamacas. De nuevo una ducha, un pitillo o una charla; prepararse para la cena que empieza a las 5 de la tarde. Luego jugar al dominó, con mis amigos; escuchar el regaetton que corresponda, entablar amistades o encerrarse a trabajar. Hasta las 10, que cierran la cubierta superior y el bar. Empieza el silencio o el bullicio, según se mire. Las horas más placenteras, ronquidos lejanos, rincones oscuros, risas entrecortadas. Largas charlas con el capitán Manuel.

¿Qué hacen las personas en un trayecto como éste?
Principalmente estar tumbadas, sobretodo las mayores, que no se separan de sus bultos, aunque en Brasil no se roba tanto como en El Perú…, cuentan. Los más jóvenes, en cambio, suben más a cubierta a beber, ligar, jugar a las cartas o a ver la televisión. Los niños, a lo suyo, jugar y jugar, cuando sus madres lo permiten Y los padres? Cuando existen son casi siempre autistas respecto a su vástagos. Se lee? Sí, la Biblia, los testamentos, allá por donde miras es la principal lectura. Se habla? Mucho, español, portugués o portuñol. Se vaguea? Todo el tiempo. Aunque yo aproveché las noches para adelantar trabajo, sacar fotos de los paisajes, de los poblados y de lo que allí ocurría.

¿Qué se ve?
Sobretodo agua, marrón, llena de maleza, jazmines acuáticos y con algunos troncos que golpean el caso. Selva, a los dos lados, distintos verdes, tamaños diversos, a menudo da miedo plantearse quedarte colgado; se ven pequeñas plantaciones de yuca, banano, cocos y otras plantas que desconozco; se ve paisaje humano, con sus viviendas, sus medios de transporte y sus costumbres. No se ven animales, se oyen ruidos extraños. Se ven llegar las tormentas, se ve cómo se alejan, se ven puestas de sol, se ve el sol y las numerosas estrellas sin contaminación lumínica. No vi la luna, fueron noches sin, la vi en Tabatinga como ya os explique en el capítulo fases de la luna.