jueves, 18 de octubre de 2007

Bogotá, bogotanos

Me he vuelto más indisciplinado, antes escribía todos los días, ahora voy a trompicones. Viajar, así como lo estoy haciendo tiene algo de esquizofrénico, escribo sobre el pasado, intento vivir el presente y pienso en mi próxima meta. Ya es un ritual, al principio no había pasado, hoy a seis meses, sí amigos, seis meses. Ni yo mismo me lo creo

Os escribo desde Tolú, pequeño pueblo marítimo con una bahía perfecta y población mayormente negra. Estoy en el Caribe. Uno de esos destinos que me busco para desengrasar de las urbes, porque Colombia es un país de ciudades, bellas, modernas, pero rincones como éste: un pueblo turístico sin turistas. Soy el único huésped en el hotel.

No obstante hoy el tema es Bogotá, donde llegue hace 18 días procedente de Panamá, ¡y ya es hora! Los primeros dos días estaba desencajado, como diciéndome a mi mismo "qué coño hago aquí", nada, eso, fueron dos días… porque en esta gran urbe no da tiempo a aburrirse. Además, estuve en casa de la abuela Lucia.

Bogotá, ¡primer mundo!
La primera sensación al pisar la tierra bogotana es de frescor, estamos a 2.600 msnm y cuando se habla de Colombia siempre hay que hablar de alturas: las tiene todas. La segunda sus altas edificaciones, de nuevo pisos, rascacielos, edificios. Increíble, os lo juro. Desde que abandoné España las viviendas en pisos habían desaparecido de mi visión, ha sido un reencuentro con el mundo moderno. La tercera, la cantidad de moteros y la cuarta las corbatas. De nuevo esa prenda que había desparecido de mis ojos. Multitud de hombres portando ese complemento, tan británico, tan extraño a este lado del mundo.

Moteros…
Son legión. ataviados con el mismo uniforme: chaleco reflector y casco, ambos con el número de matrícula. Es obligatorio y se cumple. En una moto puede ir una familia, un hombre con una mujer, un hombre o una mujer, pero está prohibido dos hombres. Por seguridad. Son famosos en los 80 los atentados con hombres a dos ruedas.

… corbatas…
Mi padre decía que era la única prenda que "decoraba" al hombre, y que las demás son imitación de los femenino. Quizá tenga razón, sin embargo las he odiado siempre y nunca la he necesitado para mis cometidos profesionales. Llevaba meses sin verlas, desde el DF, y eso que allí no había demasiadas, de Centroamérica para que hablar: no existen. Bogotá está invadido, todo el centro son hombres trajeados, muy ejecutivos, de todas las edades y ellas con el clásico traje-falda. Muy formales; demasiado.

… librerías, museos, teatros, cines, conciertos…
Aquí me doy cuenta donde he estado meses, estoy alucinado de la modernidad de este país y de sus gentes. No puedo evitar comparaciones, con México, Nicaragua. Por los extremos regionales, por lo que conozco. Hasta ahora no me había sucedido. Contrastar, verificar, equiparar. No paro de hacerlo, aunque intento evitarlo, se repite en mi cerebro. Colombia me ha sorprendido gratamente un montón. Hay librerías, museos, teatros, cines, conciertos, actuaciones en la calle. Tiendas con mercaderías. Hay clase media. Más de lo que esperaba. En Bogotá también hay seis millones de pobres, no hay que olvidarlo.

… arrendadores de celulares
a miles, por todo Colombia y en la capital más. Son lo nuevos vendedores callejeros. Las calles están plagadas. El proceso es muy fácil. Te compras un celular, o dos o tres, y te pones en la calle con un cartel que lleve inscrito "minutos celular a 200, 300 pesos" y a esperar un cliente. La población tiene celulares pero los utiliza para recibir no para llamar. Cada país es un mundo en si mismo. cada país adapta los elementos de la globalización a su propia idiosincracia. Lo disfruto.

No hay comentarios: