jueves, 13 de marzo de 2008

¡Vete a Chiloé, vete a Chiloé!

Así me decía todo chileno que me encontraba y que me preguntaba por mis futuras etapas. Y allí fui, desde Puerto Montt. También desde aquí realicé un cambio de ruta, la original me llevaba a Argentina, a Bariloche, la real me llevó a tomar un ferry, próximo capítulo, y encaminarme a Puerto Natales.

Puerto Montt
Otra ciudad que conozco a través de una canción, de Victor Jara. De una masacre acontecida en 1969 por un terratenientes, como no. ¿Por que tendrán esa afición los latifundistas a que corra sangre por sus tierras? Debe ser muy excitante si tantos lo practican. Aquí, en Argentina, donde ahora me encuentro se dedicaban a la caza del indio y a los mercenarios se les pagaba por el número de testículos que llevaban a su pagador.
No es lo más bonito que he visto, pero era necesario hacer una parada aquí para seguir hacia el Sur. Llegar a la estación de buses fue ver que estaba en otro mundo, en la zona Austral: los cielos cambian, la luz es fría, un viento aterrador, nubes volantes, la nieve se intuye en los cerros lejanos. Es una ciudad próspera, hoy moderna, el salmón, la acuicultura dan muchos ingresos, su verdor, los bosques y ser salida hacia el Sur también, atrae a los turistas y hace difícil encontrar plaza hotelera, que además es cara. Dormí en una casa particular, convertida en casa de huéspedes.

Los materiales son símbolos
En toda esta región la madera es como un dios, un maní, una cultura. Para construir, calentar, artesanías y mobiliario. Llevaba varios meses impregnado de adobe, la cultura del barro, que arrancó en Trujillo, Perú y finaliza en el centro de Chile, pasando por toda la Bolivia altiplana. El barro es a pobre lo que la madera a rico… en zonas templadas. Además los chilenos contaron con los alemanes, magníficos constructores en ese noble material y transformaron las ciudades, en lo civil y en lo religioso. Trajeron sus técnicas, entre ellas, la tejuelas, revestimiento a base de tablas que cubren las paredes de un buen número de edificios. Preciosas.

Chiloé, el último bastión…
español, en Chile. Hasta que se rindieron. Pero eso fue hace mucho. Esta isla, parte de un archipiélago, es como de cuento de hadas o de ogros, en parte por su paisaje, en parte por sus cuidados pueblos y finalmente por la mitología que la rodea, la chilota, herencia de la población autóctona –tribus mapuches– y mezclada con la fantasía de los nuevos pobladores europeos. Fue una bonita excursión de un día, pero me podría haber quedado mucho más. Hay cosas que ver.

¿Vemos o nos preguntamos?
La función del viajero, creo, no es sólo ver y decir "oh, qué bonito" u "oh, qué feo", sino también hacerse preguntas del por qué de las cosas. Soy poco dado a las casualidades, para mi no existen y menos si se repiten hechos, acciones, maneras o costumbres. Me volvió a suceder, con unas iglesias, bueno, la verdad es que me sucede constantemente…

Iglesias fuera de lugar
No me cuadraban en ese escenario. Pregunté y todos me respondían que sí que eran católicas, no me encajaba, las había visto similares en Centro Europa. "Son de los Jesuitas" me respondían otros. "Joder, he visto multitud de iglesias de jesuitas y nunca como éstas, y los jesuitas son españoles" me decía yo. Hasta que la curiosidad me hizo escarbar. Efectivamente son jesuitas, pero como los españoles no daban a vasto, se trajeron a miembros bávaros y húngaros. Ya está, todo claro. Ahora sí.
Son unas joyas. Patrimonio de la Humanidad. Lindas por los cuatro costados. Cuando fui a la oficina de turismo en Puerto Montt para preguntar por excursiones a Chiloé me lo comentaron y respondí que estaba harto de iglesias que prefería pingüinos, insistieron y yo también. ¡Ignorante de mi, debería haber vuelto y disculparme! porque al final la excursión que realicé pasaba por diversas localidades donde la plaza mayor está presidida por una de estas maravillas realizadas por los jesuitas bávaros durante le S. XVIII, en madera y como nuevas hoy gran número de ellas.

¡Qué tiempos aquellos!
En Europa ya no existen, han desaparecido de su paisaje, en mi juventud lo practiqué con asiduidad, también era común, incluso en Alemania lo usé, mediados los 80: viajar a dedo, hacer auto stop. En mi recorrido panamericano tampoco lo he visto salvo en carreteras comarcales por lugareños para trayectos cortos, supongo. En Chiloé son legión. Es una isla mochilera, punto de encuentro del hippismo chileno. Me gustó, los miré con ojos tiernos y me hubiese encantado ir en mi propio coche y transportarlos. ¡Qué tiempos aquellos!

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