Llevo seis horas de espera hasta que me dan la llave. Agotado tras casi dos días de autobús, sin dormir, sin lavar y lo peor no consigo conectarme. No sé si soy yo o es la máquina. Tiemblo y me desespero. Sudo y pregunto a todo dios. Nadie tiene respuesta. Me agobio, blasfemo. Pregunto de nuevo, esta vez a una chica de Quebec. Usa Mac. Se acerca, aprieta la tecla que yo mil veces había tecleado… y se hizo la luz. ¡La hubiera puesto un piso! Todo funciona. Contesto a los email. Me relajo y me caigo de sueño. No puedo dormir. No debo. La ciudad me espera: ducha, cambio de muda y la calle.




Son las dos de la tarde, luce el sol. Me acerco al centro, vivo en el centro: sexshops, kebaps, pizzerías, discotecas, sabor de la noche, rodean mi residencia. Ando. Largas avenidas, aceras anchas. Y gente. Aquí hay vida. Gente de aquí y de allá. Gente como yo, mochila a la espalda y plano en mano. Yo lo escondo con una revista gratuita que se coge en cafés o en expositores callejeros. Me acerco al puerto. Tres trasatlánticos a punto de partir, grandes colas esperan abordarlos.

Estoy en Vancouver, Robson st, restaurantes, moda, recuerdos y gente. Mucho oriental, coreanos, japoneses. Todavía no los sé diferenciar. Modernos, muy modernos; jóvenes y menos jóvenes. Esta ciudad es divertida. Muchos chinos. Sí, muchos chinos.







Y van en bicicleta, y van discotecas, y dirigen el tráfico. Los chinos aquí no son chinos, son canadienses y se nota al instante: sus andares, sus ropas, los cortes de pelo, las gafas. Sus gorros, sus ombligos o sus faldas. Son de aquí. Son canadienses. De hecho, creo que es la ciudad del mundo con mayor número de chinos fuera de China. Y se nota.
Ceno en un chino. Ceno en Hon´s. Restaurante, casa de comidas. No lo sé, es un gran salón tipo boda, lleno de mesas. La carta en chino con anotaciones en inglés. ¡Qué hago aquí! Me da igual, no entiendo nada. Me sientan. y no sé que pedir. Estoy perdido, pero excitado. Todo va demasiado rápido.

Vuelvo al hotel, quiero escribir mi crónica, editar las fotos de los 1.500 km y acostarme. En el camino me acuerdo mucho de JBG. De nuestra primer vez en Berlín. De la noche, de las cervezas, de eso hace ya 23 años. En estos momentos le echo de menos. Me gustaría tomarme una copa, disfrutar de los bares, el ruido, la música, los neones y de las miradas perversas y seductoras. No soy el mismo.

4 comentarios:
"Life is not measured by the number of breaths we take, but by the places and moments that take our breath away"
No creo que se acabaron los bichos, porque bichos, ¡los hay en todas partes!
De hecho, desde el punto actual de tu ruta de baches y asfalto hice una incursión al mundo de las orcas que me tiene completamente fascinada. Sus sonidos (un sofisticado sistema de comunicación) son preciosos y te ponen los pelos de punta. Estando tan cerca de ellas, Joje, deberías adoptar a una, y lo puedes hacer en:
www.killerwhale.org
You and dr. sun yat sen hat right. I breath again.
Hola!Por lo que veo lo estas pasando muy, muy bien! Sigue pasándotelo asi!!! Te queda mucho todavía verdad? Cuando vuelvas, vas a estar echo todo un diccionario de consulta americanao! Besos
Ada
Publicar un comentario