domingo, 6 de mayo de 2007

Vancouver I, la ciudad me saluda

Me recibió ayer muy temprano, eran las seis y ya estaba amaneciendo. Prometía día soleado. Me recogió un taxi y por 5 euros me llevo a mi residencia. No estaba lejos. Allí me esperaba la sorpresa de mi impaciencia: no había esperado la confirmación de mi reserva. Al final se solucionó con dos cambios de habitación. Es un B&B, me cuesta entre 20 y 25 euros, dependiendo si comparto dormitorio con una o tres personas. Barato, realmente barato. Son momentos de ajuste económico: el ordenador y la aventura del Norte han dejado mermado mi presupuesto. No soy la jet set.

Llevo seis horas de espera hasta que me dan la llave. Agotado tras casi dos días de autobús, sin dormir, sin lavar y lo peor no consigo conectarme. No sé si soy yo o es la máquina. Tiemblo y me desespero. Sudo y pregunto a todo dios. Nadie tiene respuesta. Me agobio, blasfemo. Pregunto de nuevo, esta vez a una chica de Quebec. Usa Mac. Se acerca, aprieta la tecla que yo mil veces había tecleado… y se hizo la luz. ¡La hubiera puesto un piso! Todo funciona. Contesto a los email. Me relajo y me caigo de sueño. No puedo dormir. No debo. La ciudad me espera: ducha, cambio de muda y la calle.

Una ruta y a patear
Son las dos de la tarde, luce el sol. Me acerco al centro, vivo en el centro: sexshops, kebaps, pizzerías, discotecas, sabor de la noche, rodean mi residencia. Ando. Largas avenidas, aceras anchas. Y gente. Aquí hay vida. Gente de aquí y de allá. Gente como yo, mochila a la espalda y plano en mano. Yo lo escondo con una revista gratuita que se coge en cafés o en expositores callejeros. Me acerco al puerto. Tres trasatlánticos a punto de partir, grandes colas esperan abordarlos. Mis primeras fotos. necesito gafas de sol, las compro. Un café y composición de lugar. Una ruta y a patear. Aquí hay vida. Casco antiguo, Gastown, Walter St.: cafés, terrazas, –tiendo a enamorarme de los lugares con espacios abiertos a la calle–, me siento, observo, soy un mirón y esta ciudad tiene mucho que mirar. Gente joven, gente corriendo a coger el ferry que les traslade a sus hogares. Es viernes, son las cinco de la tarde, llega es fin de semana. Es fin de semana. Otro café.
Estoy en Vancouver, Robson st, restaurantes, moda, recuerdos y gente. Mucho oriental, coreanos, japoneses. Todavía no los sé diferenciar. Modernos, muy modernos; jóvenes y menos jóvenes. Esta ciudad es divertida. Muchos chinos. Sí, muchos chinos.

Los chinos también juegan al tenis…
Y van en bicicleta, y van discotecas, y dirigen el tráfico. Los chinos aquí no son chinos, son canadienses y se nota al instante: sus andares, sus ropas, los cortes de pelo, las gafas. Sus gorros, sus ombligos o sus faldas. Son de aquí. Son canadienses. De hecho, creo que es la ciudad del mundo con mayor número de chinos fuera de China. Y se nota.

Ceno en un chino. Ceno en Hon´s. Restaurante, casa de comidas. No lo sé, es un gran salón tipo boda, lleno de mesas. La carta en chino con anotaciones en inglés. ¡Qué hago aquí! Me da igual, no entiendo nada. Me sientan. y no sé que pedir. Estoy perdido, pero excitado. Todo va demasiado rápido. A la camarera, "tráigame lo que quiera", "¿es esto demasiado?" "Sí, es demasiado para uno", me contesta. "Elige tú, please" le digo. Me sonríe. Me trae palillos, una tacita para la cuchara, otra tacita con otro platito ¿? Todo de colores, todo de plástico. Todo de todo a cien. Y la comida. Mucho, es mucho para mi. Un par de ancianos, chinos, me ríen. Les devuelvo la sonrisa con cara de incredulidad. Les digo con mis ojos "yo no soy de aquí, yo soy el guiri" Alrededor, nada se parece a los chinos de Madrid o de Berlín. Nuevas comidas, diferentes olores. Esto es de ellos y para ellos. "La cuenta, por favor" 12 euros. Ridículo.

Vuelvo al hotel, quiero escribir mi crónica, editar las fotos de los 1.500 km y acostarme. En el camino me acuerdo mucho de JBG. De nuestra primer vez en Berlín. De la noche, de las cervezas, de eso hace ya 23 años. En estos momentos le echo de menos. Me gustaría tomarme una copa, disfrutar de los bares, el ruido, la música, los neones y de las miradas perversas y seductoras. No soy el mismo.

Acabo mi redacción. Es la una, la publico. Se conecta ML, en Madrid; MB desde Perú lo huele y se apunta; JBA y PT en Valladolid me quieren hablar, quieren verme. No puedo con tantos. Estoy agotado. Son las dos. Por ahí anda también JAE: ni le digo buenas noches, ni buenos días. Me voy a la cama. Hasta mañana. Ya en la cama retumba hasta el suelo. Una disco acompaña mi sueño.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Life is not measured by the number of breaths we take, but by the places and moments that take our breath away"

Marion dijo...

No creo que se acabaron los bichos, porque bichos, ¡los hay en todas partes!
De hecho, desde el punto actual de tu ruta de baches y asfalto hice una incursión al mundo de las orcas que me tiene completamente fascinada. Sus sonidos (un sofisticado sistema de comunicación) son preciosos y te ponen los pelos de punta. Estando tan cerca de ellas, Joje, deberías adoptar a una, y lo puedes hacer en:
www.killerwhale.org

Anónimo dijo...

You and dr. sun yat sen hat right. I breath again.

Anónimo dijo...

Hola!Por lo que veo lo estas pasando muy, muy bien! Sigue pasándotelo asi!!! Te queda mucho todavía verdad? Cuando vuelvas, vas a estar echo todo un diccionario de consulta americanao! Besos
Ada