miércoles, 12 de diciembre de 2007

Viaje a Mérida, una historia adolescente

Ya he vuelto después de una semana en el Amazonas. Sólo tres palabras, en mayúsculas y una frase, el resto cuando acabe Venezuela: APASIONANTE, ÚNICO, GLORIOSO. Hay que vivirlo.
¡Que pocas imágenes tengo de esta etapa! Mis ojos estuvieron atentos a una mirada que me perseguía. Recorrer más de 2.500 km (ida y vuelta), cruzar todo un país y volver casi al punto de partida para seguir mi viaje por visitar a una mujer durante tres días no es una decisión fácil, sobretodo si apenas la conoces, pero a veces uno funciona por instinto. Así que lo hice, atravesé toda Venezuela hasta Mérida para encontrarme con Yuly. Una locura como otra cualquiera. Ella me tildo de loco desde el principio: se lo demostré.

El reencuentro
Había nervios. En las dos partes. Llegué con varias horas de retraso. Ella apareció, en el aeropuerto, vestida más de excursionista que de alguien que tiene un Rendez Vou. Su salida de fin de semana no debería levantar sospechas. Yo, como siempre, aunque preparado para el fresco andino. Le tuve que prestar ropa, para la montaña, para las noches. Y me gustó. Disfruté viéndola de mi. Me gustan las mujeres que portan las ropas de sus amados. Es erotismo, otro, pero erotismo también.

Tierra de culebrones
Tiene razón ese anónimo comentario que tilda mi aventura de capítulo de telenovela venezolana, de hecho la Doctora en Derecho transformó mi nombre para darle más sentido a esa historia, para ella fui Jorge Antonio. Y con ese sobrenombre me he quedado… para ella. Hubo otros ingredientes que condimentan este culebrón, pero…

Vuelta a la adolescencia
Así me sentí, jugando a la conquista, extendiendo mis alas de pavo real. Aunque teóricamente, uno, a mi edad debería saber guardar las formas y comportarse en público como un adulto razonable y no mostrar los deseos más de lo necesario. Pues no, no me corté, esos días olvidé mi edad, mi condición de cuarentañero y deje salir ese joven adolescente que, creo, todos llevamos dentro. Divertidísimo, para que negarlo.

Mérida siempre mira a la montaña
Me recordó a las ciudades andinas colombianas, ordenada, limpia, buena señalización, población mayormente blanca, rodeada de montañas y dinámica en su actividad, lejos de la dejadez costeña. Muy urbana, con calles empinadas y al mismo tiempo circundada de naturaleza que cambia radicalmente según subas o bajes. Y., muy preocupada y nerviosa por mostrarme algo original, me llevó de paseo en su Fiat 127 del 83 por los alrededores. Por los Parques Nacionales que rodean la ciudad más turística de Venezuela. Pernocté en el hotel más bonito y detallista que he encontrado en mi recorrido, bien decorado, con muchos detalles que reflejaban un toque lejano, europeo.
A Mérida se suele venir para subir al teleférico que alcanza la mayor altitud de todo el mundo, (4.765 m). Me lo perdí, por falta de previsión, con todo el dolor de mi corazón, pues para ascender hasta la cima debería haberme quedado dos días más. Mi agenda no me lo permitía, el Amazonas me estaba esperando. Una pena.

Santa Elena o el turrón en medio de la nada
De nuevo cruzar toda Venezuela. Dos aviones y un bus nocturno. Antes de arribar controles esmerados, revisión completa del equipaje. Ciudad fronteriza, con Brasil. Alrededor, la nada, la llanura, la Gran Sabana. Cambistas como hormigas, las tiendas más que tales son almacenes, de lo que toque o de lo que cueste caro en el país fronterizo: aires acondicionados, ropa, productos insospechados para estas latitudes, turrón –el Almendro, Antiu Xixona, la Bruja–, dátiles, almendras…
Pasé la mayor parte de mi tiempo metido en un cibercafé, intentando acabar las crónicas de Venezuela y entrar limpio a la selva.

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