

Me aposenté en un Hostel. Todo madera, albergue de montaña. Repleto. Habitación compartida, una británica y una pareja francesa, ella de origen oriental. Me instalé, miré el correo –lento y caro– y salí a dar un paseo, una cervecita casera, un par de compras y ver despegar a los helicópteros del ejercito. Vuelta a la residencia, editar fotos y verme por satélite el debate ZP-MR. Aburrido, aunque para la TV argentina era un hecho inaudito, ejemplar, tenso, exportable a su país y digno del Primer Mundo. Cené pasta, conversé diez minutos con un español y me acosté pronto, me esperaba una dura jornada.


Desayuné, me fumé un par de cigarrillos, compré avituallamiento de excursionista: bocata, una fruta y botellín de agua. A las 9.15 estaba en marcha, amanecía, aunque al sol, escondido, todavía no era visible. La luz, azul. No se distinguían nubes. Equipado para calor y frío, es montaña. Tenía 9 horas para subir, ver, bajar, tomar un refrigerío y pillar el bus de vuelta a El Calafate. Muy justo, las guías, folletos y personal hablaban de 8 horas,





Bajada espídica. Voy justo de agua, ya me he bebido las dos botellas que llevaba. ¡No olvidar recoger en los riachuelos! Emprendo lo bajada, tengo algo menos de cuatro horas para llegar, lo tengo que hacer en tres. Bajar cansa más que subir, las piernas las destroza la pendiente y los meniscos se quedan bastante afectados. Para subir se necesitan pulmones, para bajar piernas. Fui deprisa, no paré en dos horas, a buen ritmo, un tipo le dio por perseguirme, quería cogerme (alcanzarme). No cambié de ritmo y lo reventé, a los 10 minutos llegó a mi pausa de pitillo, él se tumbo, descompuesto y se durmió.
Las piernas me dolían. Un par de ejercicios de estiramiento y a seguir, no podía parar. Poca agua, había vuelto a consumir la que llevaba. Me encontraba con otros excursionistas que emprendían el ascenso, algunos con mochilas más grandes que ellos mismos. Vienen a acampar. Adelantaba a otros que había visto en la cumbre. Divisé el pueblo, miré el reloj eran las 17 h., apenas me quedaba una hora para el bus. En el bar del Hostel me tome dos cervecitas muy frías, acabé piripi. Me dolía todo, cada vez que me levantaba, sentía mi cuerpo cascado. Me cambié de ropa. subí al colectivo, me coloqué el ipod, tumbé mi asiento y me dormí, hasta El Calafate, tres horas después. Al día siguiente me dolía todo…

Lo conseguí, vi el Fitz Roy de cerca, me desquité del mal día de las Torres del Paine, fue una jornada espléndida, de las que gustan a los montañeros, con sol, pero sin calor excesivo, máxima visibilidad, raro en esta zona –El Chaltén significa en lengua ahónikenk montaña humeante debido a las constantes nubes que rodean la cumbre–. El objetivo está allí y no le pierdes de vista, te conduce, te dirige el camino. La montaña va creciendo, se va haciendo enorme y ese es el impulso, el magnetismo de los grandes riscos, cuando han conseguido inocularte su magia, su lujuria, te vas acercando a ellos y te van mostrando su poderío, su fuerza. Son un imán y alcanzarlo un reto. Conseguido.

2 comentarios:
http://es.youtube.com/watch?v=8UT2JhnJXOI&feature=related
Triana: a tribute??? No entiendo nada!!!
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