martes, 19 de junio de 2007

Chihuahua, de tropezón en tropezón a una gran salto

Llevo varios días de retraso y no veáis como lo siento: por qué negarlo, tengo mono de mi blog, echo de menos esas horas que quito al sueño, el sentarme ante el ordenador y parir experiencias. Pero hay razones que lo justifican: hablo más, converso mucho más, he tenido charlas interesantes con gente de aquí; en estos momentos viajo acompañado, por lo tanto menos tiempo para mi; y por último que llevo tres días de viaje durmiendo en tres sitios diferentes, con lo cual no hay lugar para la reflexión ni para nada, salvo la lectura y la observación. Por fin una pausa de cuatro días. Sol, playa y margaritas.

Pérdidas y más pérdidas
Se puede decir que la llegada a México me dio un gran subidón pero en lo material no acabó de salir bien, la estafa con el albergue de Las Vegas, que no me quieren devolver la pasta de los días no usados; ese último sueño que me hizo daño, he perdido uno de mis relojes y para colofón no encontraba mi tarjeta de débito. Recapitulación, revisar todo, último uso: cajero del Santander. Con el calor, el estrés de la llegada, la espera del amable señor, saqué el dinero y me dejé la tarjeta. Guía de teléfono. Me despido de EH. Corro al banco. Calle arriba, abajo. ¿Dónde coño está la sucursal? Por fin, he pasado ya tres veces delante y no la he visto. Sudo como un cerdo, las chanclas me resbalan. La subdirectora pasa de mi. Todo son problemas. No, le doy lástima y se moja, 2, 3, 4 llamadas. Vuelva en dos horas.

En ese periodo busco un lugar donde conectar mi ordenador, colgar la página y comprobar si han saqueado mi cuenta, paso por el Calicanto, dos chicas están sentadas en la calle con su portátil, les pregunto de algún sitio wireless, me indican la escuela de arquitectura, primero quiero mirar un cibercafé. Cerrado. Vuelvo, les pregunto si ellas tienen internet allí fuera. No saben. Lo comprueban. ¡Sí! Corro a mi hotel, cojo mi mac y en 5 minutos me siento junto a ellas. Ellas son Sarai y Griselle.

Sarai y Julieta, dos ángeles, dos arquitectas, dos Chihuahuenses.
Griselle desapareció en seguida. Y vino Julieta. Sarai y Julieta, arquitectas, mediados los veinte, llevan tres meses con su estudio recién abierto pegado al café Calicanto. Una mesa, tres sillas, dos ordenadores, algunos libros, las paredes aún desnudas, una impresora y mucha, mucha ilusión. Algunos proyectos entre manos, y muchos planes en la cabeza. Allí entré, allí me abrieron sus puertas, allí se deshicieron en esfuerzos para que yo estuviese cómodo, para que me pudiese conectar. Les digo emocionado si les puedo invitar a alguna cosa, al final son ellas: ¿Café, soda, agua, qué quieres? Todo en español, mi lengua. Todo tan fácil. Todo con una sonrisa. Son dos horas intensas hasta volver al banco. Mientras, cuelgo la página, coloco las fotos, leo los comentarios de Las Vegas, contesto a varios emails, charlo con las dos joyas chihuahuenses y en un chat intento recomponer mi relación, siempre hermosa, con Azuvil. Todo funciona, soy una máquina. Parezco una mujer, hago varias cosas a la vez. No doy crédito a lo que me está pasando. Comemos juntos, me pregunta Julieta. Por mi sí, pero no estoy solo. Ya es tarde, corro al banco. No hay tarjeta. Corro al hotel. Anulo tarjeta. Corro a buscar a EH. Comeremos con Sarai, con camiseta azul y Julieta, con camiseta blanca.

Durante la comida hablan de lo que hay que hablar: de comida, nos preguntan si hemos probado esto y lo otro. Acabamos de llegar, me defiendo. Nos dan mil consejos, nos recomiendan mil destinos. ¡Ni en un año! Les invitamos a comer y parecen dolidas. Julieta quiere que me quede más días. Con ganas lo hubiese hecho de viajar solo. Propone tomar un trago por la noche, pero con la exigencia de pagar ella. Ya veremos, le digo. A su vez nos proponen que le acompañemos al día siguiente a ver su primera casa prefabricada que les ha comprado un amigo y que la están fabricando miembros de la comunidad Menonita a hora y media de coche de Chihuahua, en Rubio. La relación con esos dos ángeles parece la de unos viejos amigos que hace mucho tiempo que no se ven y tienen mucho que contarse. No paramos de hablar: México, España, urbanismo, arquitectura, Vancouver, Julieta ha estudiado allí y también se enamoró de esa urbe. Después de comer nos acompañan a ver alguna de la maravillas de su ciudad que no son tantas, pero como vas a decir que no a alguien que se desvive por ti, yo no puedo. Lo mejor, la casa de la viuda de Pancho Villa, donde se despiden para vernos más tarde y tomar unos tragos.

Pancho Villa, El Centauro del Norte
La Casa de la Revolución es el lugar donde se exponen la vida y milagros del campesino bandido metido a revolucionario que acabo asesinado en su coche oficial como gobernador de Chihuahua, es decir pasó por todos los estamentos sociales de la época. Además de la revolución tuvo tres grandes vicios (lo cuenta Wikipedia) "los buenos caballos, los gallos valientes y las mujeres bonitas. No se sabe con certeza cuantas mujeres tuvo, pero si se sabe que se casó por la ley como 75 veces, que al final, sólo siete reclamaron ser sus legítimas esposas…" En la Quinta Luz, que así se llama la casa no tiene realmente ningún valor, los objetos allí expuestos (fotos del revolucionario y de la Revolución, armas, enseres de la vivienda poca cosa más) están bien para pasar un rato pero no para decir que es un museo al uso, el criterio museístico es muy relativo. El resto de la tarde, un par de fotos, buscar y no encontrar una guía de México en todo Chihuahua, con casi un millón de habitantes. Increíble. Por la noche unas chelas, tequila, mojitos y muchas risas con el novio de Sarai, mesero, de nombre Jorge.

Los Menonitas. 500 años de huida
Muy breve: Comunidad anabaptista que en 1550 salen de Holanda, hacia Prusia, después huyen a Ucrania, de allí con Stalin, marchan a Canadá y en 1920 al prohibirles sus enseñanzas en alemán antiguo se desplazan ocho mil personas al Norte de México donde actualmente forman una comunidad muy rica de más de 35 mil miembros. Bueno pues allí fuimos, el cliente, las dos chihuahuiñas, EH y yo. Charla amena, yo preguntón. Parada para probar las famosas paletas (helados) chihuahuenses. Trayecto con una zona comercial muy rica en los arcenes. Ahí hay dinero.
Y es muy extraño ver a personas rubias, con ojos azules, vestidos, en parte, las mujeres con pañuelos rusos, hablando un idioma que no se escribe, en los parajes más ricos de todo el Estado de Chihuahua. Como siempre son las mujeres las que conservan las tradiciones mientras que los hombres visten más occidentales. Los niños hablan cuatro lenguas: español, alemán bajo (transmisión oral) alemán actual e inglés. Los adultos entre sí en bajo alemán salpicado de "ahorita", "ándale" y mejicanismos parecidos. Con los extraños platican como cualquier mejicano, no hay diferencias.

Cuauhtémoc, empeños, sombreros y jornaleros de la manzana
A la vuelta comemos de nuevo juntos, lo que ellas digan, yo me dejo llevar. Nos despedimos. Nos dejan en Cuauhtémoc, ciudad dominada por un silo con el anagrama de coca-cola en toda su altura, donde pernoctaré para seguir viaje al día siguiente en el único tren de pasajeros que queda en todo el territorio de México, El Chepe. Al igual que en Chihuahua los comercios que más se estilan son los de empeños, toda la ciudad está llena, y los de sombreros, hasta ahí podíamos llegar. Pequeña compra de frutas, siempre tan ricas en esta parte del mundo. Baterías nuevas para el reto de mis relojes. El tiempo se había parado par ellos, no para mi. Hay que prepararse para la Sierra. Todo el mundo habla de la Sierra. Estamos a 2.055 metros sobre le nivel del mar, es solo la meseta y cientos de personas bajan para trabajar en la recogida de la manzana. Se les ve a kilometro son los parias: los indígenes. Nos registramos en el hotel Unión a 36 $ la habitación doble que regenta una señora con muy buena planta que me dice que en su hotel sólo trabajan mujeres y que todas ellas son las que llevan la economía de sus hogares. Su hotel, además de tener bar y restaurante tiene un "ladies bar" donde cada tarde hacen tertulia un grupo de mujeres, eso sí, al final de la estadía porque al principio están los prohombres de la ciudad hablando de política y de reses. Le pregunto sobre el papel de la mujer en el Norte y me viene a decir que casi el 70 % está empleada y con mucho poder. Y la creo porque las que hasta ahora he encontrado, incluida la que regentaba el hotel en Chihuahua, parecen mujeres hechas y derechas a las que no acobarda ningún macho con sombrero… o quizá sí.

4 comentarios:

azuvil dijo...

Eres, –escribes, describes– de una manera (no se como definirla, mierda de vocabulario) que incluso mi naturaleza crítica y subersiva se rinde ante tu... ¿encanto? Sabes qué? Al final lo que no deja de perseguirte es la suerte. Aunque se te olvide la tarjeta en el cajero –sino nunca hubieras encontrado a tus chicas; y si pierdes un tren, el próximo te sentará ante una piel de terciopelo. Y si te han robado en Las Vegas ha sido por que te lo has jugado, sin saberlo, claro. Que lo sepas.
Ah, y que no se te olvide preguntar en una tienda de empeños si también compran sueños.
Y si no, ellos se lo pierden, díselo.

Jorge Bonilla dijo...

No dudes que preguntaré en una tienda de empeños si venden sueños. Tú eres más que un sueño.

Anónimo dijo...

Hola guachupino huevon.Viva Mexico, viva Zapata y viva la Revolicion. Sabes por qué el sumo pontifice, con su eterna sonrisa boba, sea probablemente la persona mas feliz del mundo? Porque segurito es el unico que cuando se espabila por las mañanas se encuentra a su jefe crucificado. Andale que ahinomas me salio chistoso el pinche grillo colorao. Pueseso un beso.

Jorge Bonilla dijo...

Muy bueno grillo, pero mejor que la revolución, el revolcón, güevon, el revolcón.