domingo, 6 de abril de 2008

Iguazú. el último destino

Según me iba acercando sabía que me iba a gustar, fue entrar en la provincia de Misiones, al norte de Argentina, y reconocer el paisaje, la tierra. Verde, rojo. Eso ya lo había vivido anteriormente, principalmente el Verde, durante muchos meses. Con una gran diferencia: su población. Aquí se vive notoriamente mejor, estamos en Argentina. Mejores casas, mejores carros, no hay perros escualidos y sarnosos, mueren menos niños en edad de no morir…, hay infraestructuras.
Bajé del bus en Puerto de Iguazú trás 19 horas y una esplendida sonrisa se adueñó de mi. De pronto supé en que región del mundo quiero vivir: zonas calientes y húmedas… trópico, subtrópico. En el camino a pata hasta el hostel, 7 minutos, recorrí por mi cerebro todo el viaje, fue una máquina del tiempo, supe por qué no podría vivir en Chile, por el viento; en Bolivia, por la altura… fui descartando lugares. Y por el mismo proceso definiendo donde me gustaría pasar mis próximos años…
Sudé en ese corto recorrido, fue rico, me agradó; cada gota un recuerdo, cada paso 100 km. Centroamérica, el Caribe, la Amazonía volvían a mi, se hacían presentes. Ese sudor, el olor después de la lluvia, mojarte son enfriarte, el color canela de la piel, la relajación de costumbres. la luz y las sombras. El día, la noche… calientes, hermosas. Que buen final de aventura. Perfecto, Iguazú, lado salvaje, Buenos Aires, lado urbano. Lo que buscaba campo-ciudad, naturaleza-polis. Esa dualidad, esa complementariedad, esa necesidad mía de los dos ambientes. Iguazú y BA. Dos espacios perfectos para acabar este largo recorrido.

Iguazú, aguas grandes
La Naturaleza ha dotado a esta esquina del mundo con dos caudalosos ríos, Iguazú y Paraná, Un hundimiento en la Tierra permitió que el primero fluyese a diferentes niveles es decir, a través de unas cataratas, magníficas, inmensas, inagotables. Pasar por encima de las aguas, sentir el goteo fino sobre la piel, esa nube de agua que asciende 70 metros para refrescar al que las visita es un regalo que nos ofrece la Naturaleza y no debemos despreciar. Los animales ya se han ido –helicópteros y demasiado turismo– que no se joda el resto, por favor, es tan lindo y al mismo tiempo tan accesible que da miedo. Las Cataratas de Iguazú son otra joya de la Tierra, por su volumen de agua, su extensión, por el estruendo que provocan, por el paraje que las circunda, es un festival para los sentidos. El acceso es una senda de mariposas, de diversos tamaños y colores, acostumbradas a los humanos se posan en la manos, en los brazos. Te acompañan en el recorrido, coquetean con el visitante hasta llegar a la Garganta del Diablo, la mayor de las cascadas y verdadero espectáculo visual.

¡No os equivoquéis de destino!
Si venís por estos lares pernoctad en el lado argentino, Puerto Iguazú, 30 mil habitantes y remanso de paz con una ruidosa disco para los nocturnos. El lado brasileño, en cambio es una gran mole, con rascacielos, 300 mil habitantes y seguridad bastante dudosa. Lo que es visitar, los dos lados de la Catarata, el brasileño y el argentino, cambia la perspectiva, cambia la mirada. En la parte argentina estás encima de las caídas de agua, te salpican; desde el brasileño te alejas y ganas en perspectiva.

Tres fronteras, muchas razas
Alguna vez ya he dicho mi morbo por este tipo de localizaciones. Paraguay Argentina y Brasil separadas por dos ríos. Tres países que puedes recorrer en una hora, si los brasileños te dejan pasar. Tres ciudades, tres mundos, mucho movimiento. Ciudad del Este, comercial, repleta de brasileños gastando –la segunda con mayor nivel de comercio libre del mundo– bulliciosa, rayada y agotadora; Foz de Iguaçu, gigante, libaneses, chinos, alemanes, japoneses y naturalmante brasileiros configuran su población; Puerto de Iguazú, la serena, no puede crecer, su normativa prohibe edificios mayores que la altura del arbolado. Gracias.

Represa de Itaipú, la piedra que canta
Eso significa en guaraní. Voy a dejar al lado todas las críticas ecologistas y humanitarios –que las tiene que haber y las hay a miles– y centrémonos en la obra como paradigma del ser humano. La presa de Itaipú, que contiene las aguas del río Parana, está considerada como una de las siete maravillas del mundo moderno, junto al Canal de Panamá y el Golden Gate en San Francisco. No es una broma, es una ingente obra de ingeniería, el mayor productor de energía hidroeléctrica del mundo, un monstruo que suministra el 95% de la energía de Paraguay y el 25 de un gigante económico como Brasil. Cuando estás en ella vuelvas a percibir lo chico que es el ser humano y las grandezas que puede crear.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Jorge,
Llevaba dias sin leerte, pero ya estoy aquí, justo para no perderme el final.Tengo ganas de verte.
Gracias, gracias y gracias.

Anónimo dijo...

Emociona tu ilusión. Da alegría sentirte tan vivo. Además, adoro las mariposas. Yo también tengo ganas de verte

Jorge Bonilla dijo...

Gracias, chicas, seguro que os veo pronto. Besos portños.

Ciudad del Este dijo...

Muy lindas las fotos de las cataratas del Iguazu.