viernes, 6 de julio de 2007

México DF 1. Historia de la civilización mexicana

Cinco días ya en la capital de la República, intensos, sin pausa, ¡hay tanto que ver y tanto que me dejaré! Es tan grande y tan hermosamente caótica. Aquí uno puede pasar cuatro semanas sin tiempo para aburrirse: siempre hay algo que ver, algo que admirar, en la ciudad y en sus alrededores, que son muchos. Finalmente prolongo mi estancia hasta el domingo.

DF, para no perderse, o sí.
Dos consejos para todo aquel que se acerque a esta ciudad y la quiera entender. Primero visitar el Palacio Nacional y leer, sí, leer con detalle la lección de historia que nos da Diego Rivera en su magnífico mural sobre este país, quinientos años de historia resumidos en una pared. Increible. El segundo, cogerse un turibus, seis horas de recorrido, 100 pesos, 10 dólares, 7 euros. Nada.

Diego Rivera, una lección de historia
Magnífica, ilustradora, conmovedora, dolorosa, desgarradora. Fácil y difícil. Para todos los públicos. Triste y aleccionadora. Políticamente incorrecta y transgesora. Neutral a la par que partidista. De absoluta obligación para el que quiera entender algo sobre el pasado y presente de México, de lo contrario permanecerá en el ostracismo.

Un mural para el recuerdo, imposible de olvidar. Si lo ves permanecerá por los tiempos en tu memoria, cualquier referencia que hagas en el futuro a este país pasará irremediablemente por el mural que pintó Rivera en el Palacio Nacional entre 1929 y 1935 bajo el título "Historia de la civilización mexicana" para todos lo mejicanos. Sin excepción. Para los indígenas, los mestizos y los blancos. Para todos. Y para los de fuera, para los que visitamos este país. El mural en si vale un visita a México, luego ya te puedes volver y habrás aprendido más que en todas las clases de historia que has recibido en la escuela y en el instituto juntos. Hice el recorrido dos veces, el primero solo, buscando las claves, los detalles, una mirada más reflexiva, intentando aglutinar, contrastar y poner en orden mis conocimientos con lo que allí veía reflejado. La segunda con guía porque evidentemente había aspectos que se me escapaban, demasiados: muchos símbolos, signos de una cultura, la prehispánica, que no llegaba a comprender; y también del periodo colonial, personajes y situaciones y, en fin, de su independencia y de su revolución o revoluciones, según se mire.

Está todo México, sus gentes, sus paisajes. El norte, el centro y el sur. El mar y el interior. El agua, el sol y la tierra. El desierto, el altiplano y la selva. Sus hombres y mujeres. La política, la Iglesia y el ejercito. Todas sus tribus, todos los pueblos que lo configuran. Todas sus riquezas, sus recursos, y también sus pobrezas y sus desgracias. Está el maíz, el petróleo, sus árboles, el cacao… El maguey, que tiene un capitulo en si mismo. Están reflejados todos los invasores, los españoles, sobretodo ellos, los gringos y los franceses –quizá falten los ingleses que los invadieron de otra forma más sutil, con guante blanco, sin armas, sin violencia, pero sí con dinero, corruptelas y manufacturas–.
Están sus miserias, sus luchas internas. La vida y la muerte. La oligarquía, la clase media, los pobres y los olvidados. Hay personajes gordos, demasiado opulentos, hay individuos delgados, demasiado hambrientos. Hay actitudes, miserables y loables, envidiables y repugnantes. Hay hombres marcados con un fajín de poder y otros marcados al hierro, como animales. No hay perdón con nadie, ni con los invasores ni con las propias clases dirigentes mejicanas que tantas veces han traicionado, vendido e insultado a sus conciudadanos. Todos culpables. Hay escritura, desde los jeroglíficos mayas hasta los nombres en inglés de las compañías americanas pasando por el español como lengua adoptada para entenderse entre todos. Hay signos que se transforman en lengua, la cruz gamada, la hoz y el martillo, la cruz de Cristo. ¿Qué más?. Mucho, seguro. Cada uno ha de ejercer ese trabajo de descubrirlo. Es un poema que no sé calificar, pero es un poema.

Un autobús turístico, por qué no
El segundo consejo, mucho menos importante sin lugar a dudas, pero que ayuda a tener una visión global de la ciudad es cogerse uno de esos autobuses turísticos que tan de moda se han puesto en todo el mundo. Hace años era reticente a ellos, pero cada día me gustan más porque te permiten observar los espacios desde una mirada superior, te conviertes sin quererlo en observador y elegir lo que quieras visitar. Suelen ir acompañados de sonido, con textos generalmente aburridos, tristes y antiguos, recordándote el nombre del arquitecto, escultor, o presidente bajo el que se inauguro y la siempre olvidadizas fechas. Puro academicismo. Mientras hacía el recorrido, –seis horas, 100 pesos, 10 dólares, 7 euros. Nada–, pensaba que cómo me gustaría escribir estos textos para ésta u otras ciudades y contarles a los visitantes en clave de aventura los entresijos de la ciudad, de sus ciudadanos y de sus obras, narrado como si estuviésemos contando a un niño la más grande de las historias. Cada ciudad una historia, un mundo jamás irrepetible. Hacer ver, notar al viajero que se ha montado en el túnel del tiempo y que nada será igual después de bajarse de ese autobús. Literatura, nada más y nada menos.

Pero bueno ese no era el caso y a pesar de lo infumable de los textos recorres toda la urbe, visitas sus colonias (barrios), la de Polanco, distrito financiero, rico, con todas las marcas a pie de calle, lo original, que cada una tiene edificio propio y con cierto encanto arquitectónico; La Condesa, humano, invita a sentarse, con multitud de cafés; Colonia Roma donde me emborrache hasta altas horas de la madrugada; Coyoacán, imprescindible, por sus jardines, sus edificios, su ambiente y por vivir Frida Kahlo,; Tlalpan, precioso, allí, al sur, casi olvidado, con sus haciendas. Atraviesas sus parques, –el bosque de Chapultepec es grandioso–, sus avenidas, una sobretodo a destacar por ser la más larga del mundo, 27 km de Norte a Sur: la de los Insurgentes. una historia, un cuento un documental en si misma, cuantas cosas pueden pasar en una avenida de semejante tamaño; la Avenida de la Reforma, inmensa, corazón de la ciudad con decenas de bancos, cada uno diferente, que cai nadie utiliza. Observas a sus gentes, sus movimientos, sus costumbres; Aquí no voy a narrar todo el recorrido, no me apetece, además de que me quedé sin batería en mi cámara y no puedo ilustrar como yo desearía algunos rincones importantes, pero sí algunos apuntes. Aconsejo, dado que en el fondo son dos recorridos, uno por el centro y norte del a ciudad y otro por el sur que se haga en dos días, 140 pesos, 14 dólares, 10 euros. Nada. Cada recorrido dura unas tres horas sin bajarse, pero como existe la posibilidad de bajar y subir sirve también para visitar a pie las distintas colonias por la que pasa, con lo cual puedes pasar todo el día de excursión.

Una ciudad invadida de policías
La cifras aquí siempre son astronómicas, da igual el tema que se trate los números son superlativos: millones de ciudadanos, millones de carros, decenas de miles de comensales callejeros, miles de puestos de venta en las aceras, y con los policías no podía ser menos hay miles, digo bien, miles. Ningún Estado europeo se podría permitir en sus presupuestos tener semejante cantidad de agentes en sus plantilla. Pero México es diferente, y por lo visto sí puede. Están en todas partes, en los edificios públicos, las iglesias, los museos, en los mercados, en las plazas, casi en cada cruce hay una pareja de agentes, entre cruce y cruce, patrullando en coche, a caballo, motorizados, andando, estáticos, dirigiendo el tráfico con una mano y con la otra hablando por el móvil, con chaleco antibalas, sin chaleco. La pregunta sería dónde no están. La mayoría, con perdón, no hacen nada, parecen parásitos, anclados al lugar que les han asignado. Vi a un policía, mientras me lustraban los zapatos, advirtiendo a los puestos ilegales, al lado de la catedral, que venía la patrulla de… policía, se reunió con el mando, éste le dio las oportunas instrucciones, se marchó, el agente de seguridad volvió a hacer su paseillo y los ilegales volvieron a instalar sus puestos. Surrealista. Puro mejicano.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Jorge, excelente tu crónica de mi ciudad. Solamente una observación la forma correcta es México y no Méjico.
Saludos, te deseo un buen viaje.

Anónimo dijo...

espléndoroso, didáctico, emocional, sensible, inteligente, profundo, liiiiiindo.

un abrazo
Birgit

azuvil dijo...

Has cambiado el tono... ¿O no?
Del profusamente personal, ese que consigue llevarte por las mismas calles, ensimismarse con paisajes, que atraviesa contigo algunas de tus más crudas sensaciones, onírico a veces, muy cerca de algo parecido a ti –webcam striptease– decía alguien, a otro tono: informativo, objetivo. Sensacional, sin duda. Sólo hay que acostumbrarse. Yo reconozco que echo algo de menos. No se muy bien que es, pero será cuestión de acostumbrarse....

Jorge Bonilla dijo...

Normalmente lo escribo con "x", puede ser que se me haya pasado alguna "j". Lo revisaré. Mi duda es con el gentilicio, se dice Mejicanos o mexicanos, así como el adjetivo.

Puede ser que en las últimas crónicas haya dejado un poco el tono personal, tanquila, volverá. Seguro. Ayer, por ejemplo, leyendo la correspondencia de Frida se me saltaban las lágrimas. Amar y ser amado.

Miguel Barreda Delgado dijo...

Hola bro,

parece que te ha gustado el DeEfe... No es para menos, es que es espectacular, enorme, generoso, oneroso, megalómano, perverso, cochino, bonito, oloroso, veloz, grasiento... (lo pongo en masculino por lo de Distrito, aunque desde la primera vez que lo visité me pareció una ciudad macho, no hembra).

No sé cómo se me olvidó recomendarte el mural de Riveros... Yo me lo perdí porque lo estaban refaccionando. Pero por lo que escribes, es del putas, ni más ni menos.
Con Siqueiros puedes tener una experiencia similar, aunque no es tan detallista. También es una lección de Historia (y de Histeria) mexicana (con equis, sí), pasada por un tamiz expresionista.
Y el Museo de Antropología... y el del Templo Mayor... Es que los pinches mexicanos sí saben apreciar su pasado, o al menos lo disimulan muy bien (bueno, igual les rompen la madre a los indios en Chiapas), y lo ostentan, para eso son geniales. Aquí en el Perú, en cambio, somos tan acomplejados que esperamos que Machu Picchu sea una de las "nuevas 7 maravillas" para sentirnos menos miserables... Pero bueno, ya estoy delirando otra vez. Buen viaje y buen tiempo.

m.

Anónimo dijo...

El gentilicio también es con X, nuevamente felicidades y buen viaje