En estos días de Noviembre he estado más en la playa que en casi todos los meses anteriores. Nobleza obliga, eran las vacaciones de M y yo me plegué a sus deseos. Pero claro, en el mar existe el peligro de que aparezca alguna sirena entre las olas, y así fue, el primer día, en Choroní–Puerto Colombia. Una historia que ha empezado, pero que no ha finalizado. Con Yuli, una sirenita que vive en las montañas pero veranea en el mar.
El turismo en manos extranjerasNo sé si habrá sido casualidad o no, pero en la ruta venezolana que he realizado he pernoctado en hoteles y posadas en manos extranjeras. Alemanes, suizos, húngaros, españoles, italianos. De nueve posadas sólo una era propiedad venezolana. Todos ellos son gentes con pareja autóctona y que llevan residiendo entre 10 y 20 años, eran los tiempos en que venían, porque lo que es hoy se van hasta sus propios habitantes, y no precisamente los necesitados.
El baño, en familiaAsí lo hacen por aquí, acuden en grupo o en familia a la playa y se remojan juntos. No nadan, pocos lo saben. Permanecen de pie cerca de la orilla, a menudo con una bebida en la mano, charlan y juegan con el agua. No se separan, nadie se aleja del redil. Cuando son pareja, los dos; cuando hay niños toda la prole. En Canadá me comentaban que les gustaba que fuesen latinos porque ellos sí que tiene un concepto definido de familia. ¿Será cierto?
Yuly, una sirenita de vacacionesEs abogada, 32 años, trabaja para el Estado en cuestiones de derechos humanos, atiende a presos y a mujeres desasistidas. Chavista moderada: cree en el socialismo venezolano que nada tiene que ver con el antiguo bloque del Este, dice. Anda recta, con paso firme. Se ríe con ganas y sabe escuchar. Es bella y con un cuerpo trabajado en horas de gimnasio.
Apareció entre las olas mientras M y yo nos bañábamos, me pareció extraño verla sola, no parecía una buscona, se acercó preguntando no sé qué y platicamos: le di un par de consejos de cómo afrontar las olas y nos separamos. Me cayó bien. Ya fuera la rastreé con la mirada y no la encontré: buscaba a su pareja. Después del segundo baño le invitamos a una cerveza y lancé el anzuelo: quedamos para tomar un trago tras la cena.
Segunda playa, segundo anzueloNos fuimos los tres en lancha, ella asustada por marearse, yo, seductor, le dije que no se preocupara, que estaba allí para salvarla y M disfrutando como una niña. Llegamos a una playa desierta y mientras M jugaba con las
olas le declaré que me gustaba. Ni se inmutó, pero en las fotos que la tomé no miraba a cámara me miraba a mi. La cosa funcionaba. Al tercer día hicimos una excursión juntos y mis miradas malévolas y mis sonrisas pícaras le ponían nerviosa. Le di un beso, en la espalda. Le gustó: me respondió con una sonrisa. Por la tarde le dejé una flor en el hotel con el remite "un loco". Por la noche comenzaron los tocamientos. Suaves. Acompañamos a M al hotel y yo me fui con ella… a charlar y conquistar. Había caído en la red. Nos despedimos con un beso en los labios.
El consentidor de sirenasEse soy yo. Prometo que es la primera vez en el viaje que desempeño el juego de seductor, con Nayda fue otra cosa que no sé muy bien explicar. Aquí fui al ataque, con moderación, pero decidido: la presa me ponía y parecía receptiva, hablé por los codos y ella no bostezaba, me escuchaba. M en el papel de celestina no me contrariaba y me dejaba pavonear. El último día estaba loco por verla, nos bañamos y la tomé en mis brazos, la defendí contra las olas, me acusó de meterla mano, pero al mismo tiempo apoyaba su cabeza sobre mi hombro. Era mía. Nos dijimos adiós con promesas que hemos cumplido. Hasta ahora no estoy autorizado a desvelarlas. M y yo seguimos viaje. Desde entonces se alegra cada día que la llamo. Y yo también. Consentidor en venezolano es él que da mimos, cariñoso.

a de avión


a de Ara
b de belleza
b de birra


b de buseta


c de Caribe
c de Caripe (que no es lo mismo que Caribe)
c de colores
c de Chávez
c de Casanova del Caribe







































