lunes, 28 de mayo de 2007

Sueños sin imágenes

Sueño panameño
Tuve que volver a Madrid por cuestiones que desconozco. De nuevo. Alguien me llamó. Alli me encontré con JFBA y con XX que le acompañaba. Anduvimos por La Castellana y alrededores. JFBA no paraba de preguntarme por mis necesidades, estaba empeñado en comprarme unas botas. Le argumenté que no las necesitaba, que las que llevo puestas son buenas. Impermeables. Las adquirí el año pasado antes de ir a Nicaragua. El insistía pero me mantuve firme. No las necesitaba, no quería cargar con más equipaje, aunque tuve dudas con una cámara de fotos, dado que la mía se iba a romper un poco más tarde. Les dejé. Me dirigí andando a mi casa de Gimbte (primera población donde residí en Alemania, a diez km de Münster) a través de un bosque tropical, cuesta abajo, siguiendo las vías del tranvía de San Francisco. En el trayecto me cruce con uno de pasajeros, otro de mercancías y un tercero de reparaciones. A mitad del recorrido vi que mi cámara de fotos estaba encima de una mesa camilla. La cogí en la mano y seguí mi descenso. De repente empezó a salir agua de uno de los objetivos, tenía dos como los primáticos. No entendía nada. Aquello no paraba de manar agua. Cuando tenía la sensación de que aquello iba a acabar agitaba la cámara para secar las últimas gotas y volvía a manar. Me desperté. Es absurdo, me dije.
Vuelvo a conciliar el sueño. Estoy en el aeropuerto para volver a retomar mi ruta. Veo a tres niños de unos siete años iguales, mismo corte de pelo, mismo polo azul, mismo pantalón corto beige. Sus padres les siguen. Me digo "mira trillizos". Sigo mi camino hacia la zona de embarque. Me los vuelvo a encontrar, pero esta vez se han unido al grupo cuatro niñas de unos cinco años. Exactamente iguales. Exacta melena rubia, lisa por debajo del hombro, exacto polo azul entallado y exacta falda color beige. Su madre permanece apoyada en el respaldo de un banco. Me dirijo a ella, "madre mía, cuántos hijos", "Sí y aquí llevo –me enseña una cajita redonda y trasparente– los otros cinco". En su interior efectivamente hay cinco bolas semitraslúcidas algo superiores a una canica. "Estos decidimos no tenerlos, pero siempre los llevamos con nosotros" me comenta. "Claro, son muchos gastos tantos hijos…" afirmo como si tuviese experiencia.
Aparece el marido. Me presento. Me dicen que son panameños y que viven en el XX, conocido barrio lujoso de de la capital. Es cierto no parecen pobres. Son blancos pero tostados por el sol. Su piel es fina, cuidada. Él, pelo castaño con flequillo en forma de visera, ella algo gordita, como buena latina bien situada, y cabello como sus hijas. Visten igual que sus cachorros. Polo azul, pantalón corto beige él, falda beige hasta la rodilla, ella. Les comento que mi vecina RR me ha dado la dirección de AR, expresidente de su país, mi miran con cara de circustancia y como de cierto de desprecio hacia el personaje y me dicen "ah, sí, vive en YY población de alto standing cercana a la capital"
Estamos a punto de despedirnos, les digo mi nombre y les pregunto por el suyo y si me dejan hacerles una foto. Se niegan, "no puedo" dice él con una espléndida sonrisa. "…¿Y una foto de espaldas? Tampoco. "¿Y de los niños? Tampoco. Esa fue nuestra despedida.

Las consecuencias de un beso en los morros
SEV (Seudónimo) se disculpó el otro día, me aclaró el malentendido y lo hizo con "un beso en los morros". Me lo comí. Ha tenido consecuencias. Nocturnas. SEV vino el sábado a eso de las tres de la tarde. No la esperaba. Quería verme. Habló de temas que me agotan y que nos atan. Le propuse dar un paseo por la ribera. Vivo en Madrid. Solo. A orilla del río Manzanares, mi casa es moderna, de arquitectura racionalista, con jardín frontal y vistas al paseo fluvial. Muy Vacouver. Es Vancouver. Salimos, nos desvestimos y caminamos desnudos. Su cuerpo es hermoso, pechos pequeños, fina cintura y nalgas de volver la mirada. Su cara preciosa, llena de misterio. Yo, con curvas donde antes había líneas. Anduvimos un buen rato, no recuerdo si hablamos o no. Me gustan los silencios, le dije. Me tomó de la mano. Al rato se paro, se puso ante mi, posó una mano sobe mi nuca, la otra en la mejilla y me atrajo hacia si. Acercó sus labios. Me besó. Sin vicio, suave pero con pasión. Sabe lo que hace. Ha besado ya a muchos hombres. Me asusté, pero no la rechacé, aunque me sientía bloqueado. Nos tumbamos en la hierba. Nuestros actos no pasan de las caricias y los besos. Mil imágenes recorren mi cerebro. Qué hago yo aquí. Ella tiene una vida estable. La mía casi siempre inestable. Ella tiene compañero, coche y casa. Yo no tengo nada y además estoy de viaje. Me levanto, me sigue. No hay reproches. Me sonríe y paso delicadamente mi mano abierta por su cara. Cierra los ojos y mantiene la sonrisa. Nos vamos. ya cerca de mi casa dos matrimonios cerca de los 60 se desnudan y nos sonrien a su paso. Seguimos desnudos.
Un despertador suena, mi vecino de litera salta. Son las 6.45. ¡Qué ha pasado! Estoy sudado, asustado. Me levanto, no puedo dormir. Voy al baño y tomo apuntes. Es la primera noche de calor después de dos frías. ¿Habrá sido eso? Me duermo

En traje de lino blanco
Me quería vestir elegante para la ocasión. El blanco me favorece y el lino, lo mejor para el verano. Así que salí de blanco, traje blanco, camisa blanca, sandalias blancas y sombrero blanco con una cinta negra. Me acerqué al puerto, directamente al muelle 39, al asiático, donde trajinan con sus pescados, verduras y donde se puede comer directamente en la calle. Yo era un habitual del 39. Fui directamente al puesto de Yu-Sang, una anciana vietnamita, fina, en los huesos, llena de hermosas arrugas. Su mirada siempre triste. Me recibe en cuclillas, en esa posición corporal que los occidentales nunca podemos tomar; me pregunto si alguna vez se habrá levantado, nunca la he visto de pie. No hablamos, ya no recuero la última vez. Casi no habla inglés u otra lengua, apenas si la he visto alguna vez mantener una conversación con alguien. Yo llego, me sonríe, me sirve lo que tiene, le pago y me voy. Es un acuerdo entre nosotros. Hoy sería la última vez. Sería la última persona que me vio. Horas más tarde un cuerpo con el estómago lleno flotaba sin vida en el muelle. Vestía de blanco, traje blanco, camisa blanca y sandalias blancas. Un sombrero blanco con una cinta negra no se alejó, seguía fiel a su propietario. Dieron las ocho y media. Tenía que levantarme, desayunar y hacer la maleta.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando llegué al puerto el sombrero todavía estaba allí.

Jorge Bonilla dijo...

Lo dejaste o te lo llevaste contigo de recuerdo?

Anónimo dijo...

!La Gallina!

Anónimo dijo...

¿La Gallina?