viernes, 4 de mayo de 2007

Skagway, un pueblo de cartón piedra

15.000 personas la visitan cada día durante los meses de julio y agosto. Grandes cruceros desembarcan a sus huestes, en un pueblo que es una calle, sus trasversales y poco más. Eso sí, todo lleno de joyerías. Oro, plata y diamantes lo dominan todo. En esta época del año están preparando el gran escenario, renovando las casas, pintando las desconchadas, arreglando las aceras, que siguen siendo de madera como en los años de la fiebre. El martes, antes de ayer, no había nadie, éramos 4 pelagatos, algunos obreros y para de contar. De hecho la mayoría de las joyerías permanecen cerradas hasta que llegue la marabunta. Todo es mentira, todo es un decorado. Todo hecho para y por el turista. ¿Y por qué paran aquí los cruceros?, pues porque este pueblo era donde se iniciaban las dos rutas que a finales del S.XIX llevo a miles de personas (la gran estampida, se llamo) a la búsqueda del metal precioso: el oro. Esta fue la segunda Fiebre el Oro. O ésta fue su gran trampa, porque cayeron como moscas dado la crueldad del invierno por estos parajes, eran más de 700 km hasta Dawson City, cuna de la fiebre. Además, cuando llegaban a Whitehorse, a mitad de camino, en verano se embarcaban en sus bravas aguas y al no tener experiencia en sus rápidos se hundían sin salvación. Lo mejor de Skagway: el cementerio minero, es salvaje.


El camino es el mensaje
Dicen las guías que lo mejor para acercarse a Skagway es en barco. No lo sé, no lo he hecho, mi trayecto ha sido otro, el único por carretera: desde Whitehorse. Hay otra forma de llegar que es un tren de época pero ya sabéis que aquí todo comienza en mayo.
El recorrido es realmente precioso: cumbres escarpadas, enormes lagos helados, bosques y más bosque, todo ello cubierto por un gran manto blanco, impoluto, virgen: la nieve. Pero no está ahí la magia del recorrido, lo extraordinario es que no hay un alma, que de los 180 km de un lugar a otro en más de 120 no nos hemos cruzado ni con un sólo vehículo. Nunca antes me había pasado. Una carretera perfectamente asfaltada, bien señalizada, con tres carriles en algunos tramos, con sus correspondientes puestos fronterizos (Skagway es EE.UU.) y sin circulación. Lo he disfrutado con sol, ese trayecto con nieve debe ser tenebroso, es la muerte segura si te sucede algo, quién te va a salvar, si no la utiliza nadie. Esta es la carretera en la que en un principio os conté que quería hacer dedo. Menos mal que seguí los consejos de Charlie, el aprendiz de lobo y no lo hice.

Sara, como una cabra en la montaña
Posiblemente tenga el coche, no más viejo pero si, más desvencijado de todo Whitehorse, pero se portó como un valiente. Se nota a la legua que es un coche procedente del Yukón, lleva su marca con orgullo; la luna del parabrisas está rajada de parte a parte, además de tener dos buenos impactos de piedra. Esta es la seña de identidad de todo vehículo yukonés, ya sea taxi, camioneta, 4x4, o incluso de policía, da igual, el parabrisas tiene que estar roto, algo que evidentemente está prohibido y que cualquier policía de otra región canadiense multaría sin dudarlo, pero esto es el Territorio del Yukón y la autoridad es más permisiva porque de lo contrario no habría lunas en el mundo para abastecerla. Sólo las cambian cuando se les cae a pedazos.

A Sara la conocí el día anterior de irme a Inuvik, y quedamos para el martes 1 de mayo e ir a Skagway ya que tenía que recoger a un amigo que venía del Sur, en barco. Se presentó tarde, se había dormido, mientras yo la esperaba helado en la esquina de mi calle. De hecho pensé que no venía. Pero sí, apareció con su flamante toyota, su bolso y sus dos recipientes de café, uno para ella y otro para mi.
Conversamos principalmente en español, "suena tan bonito", decía, aunque yo de vez en cuando intentaba sacar el inglés que llevo dentro y porque su spanish tiene que mejorar bastante, pero es de alabanza su esfuerzo. Sara, como buena canadiense, procede de cualquier parte del mundo, en este caso sus padres son daneses, se apellida Nielsen, Tiene 28 años. Es también bióloga, como Delia, trabaja en el área de comunicación e interpretación de los parques de Whitehorse y ha estudiado en Anchorage, Alaska. Y sobretodo le gustan los animales. Conversamos de varios temas, le gusta hablar, pero es cuando hablamos de bichos cuando los ojos se le iluminan, cuando su corazón palpita. Es cuando pisamos las rocas cuando se siente en casa. Animales y deportes es lo suyo. En el trayecto de ida no paraba de decir "si quieres ´joje´ –éste soy yo– a la vuelta paramos y vemos…" yo le respondía siempre que sí, hasta que finalmente le tuve que prevenir de que si parábamos en todos los sitios no llegaríamos a Whitehorse en 3 días. Ya en Skagway recogimos a Tobias, con toda su casa de los últimos años a cuestas.

Tobías
Al principio me miró raro, como se mira a un competidor, pero todo fue mejorando. Es alemán aunque lo suyo es Alaska, Alaska y sólo Alaska. La primera vez que oyó hablar de esa región fue cuando tenía 12 años, ahora tiene casi 27 y lleva ya 7 años en la zona. Acaba de terminar sus estudios en economía en Vancouver y se dirige de nuevo a Anchorage, donde conoció a Sara y fueron novios. ¿Vivir en Alaska? Sí, lo suyo son los deportes de riesgo, kayak de río, kayak marino, rafting, alpinismo en roca, alpinismo en hielo, esquí de fondo y un largo etcétera que ya no recuerdo. Vive para el deporte. Es decir, casi como yo. Le gustó mi nombre y según me iba conociendo se esforzaba más y más en pronunciarlo bien, lo llego a conseguir y se divertía diciéndolo en alto.

La vuelta fue entretenida cambiando del alemán con Tobías, al español con Sara y entre ellos en inglés. Eran buena gente, hicimos un montón de paradas, estuve dentro de un iglú, la más larga fue porque Sara con ojo de águila vio a unas ovejas salvajes a lo lejos, en la montaña. Yo os prometo que no veía nada, Tobias también las vio enseguida, pero yo nada de nada, ni con un monocular, bueno, pues allí estuvimos como media hora hasta que conseguí verlas. Sinceramente me daba corte decirles que por mi no lo hiciesen, pero no, yo tenía que verlas. ¡Y las vi!

Como ya se hizo tarde ante tanta parada fuimos a cenar a su casa, no me dejaron comprar ni unas míseras cervezas. Cenamos rico: una sopera casera que había hecho Sara y unas lentejas que había hecho su madre. De postre, helado. No me apetecía nada, tenía frío pero quien dice que no a alguien que te sonríe con cada ofrecimiento. Yo, al menos, no puedo. Buena gente estos canadienses, tienen un gran sentido de la hospitalidad, al menos los que yo me he encontrado. Mañana miércoles hacia Vancouver…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Joje,

creo que todos damos un respiro por poder volver a tener noticias tuyas.
y encima noticias tan guapas y tan hospitalarias!!!!
Las fotos son preciosas, y tus descripciones me tienen con la boca abierta.
estoy disfrutando conocer a esta gente y también un poco más a ti.

Un fuerte abrazo y suerte, con o sin ovejas...


Birgit

Jorge Bonilla dijo...

Gracias, Birgit. Tanta alabanza me sonroja. Yo creo que era necesario hacer una pausa. Este ritmo de escitura puede conmigo.Yo nunca he escrito nada, salvo alguna carta cuando esas cosas se hacían.