jueves, 31 de mayo de 2007
Los Ángeles. Venice Beach, un día de asueto
miércoles, 30 de mayo de 2007
¿La tierra prometida? ¡California!

Estamos en California. Aunque descubierta a mediados del siglo XVI., esta región se la inventó un franciscano español, Fray Junípero Serra, que se vino desde mexico en 1768 con un ejército de vacas, cerdos, ovejas y semillas y arrimado a la costa del Pacífico fue creando misiones, según avanzaba hacia el Norte, que con el tiempo se convirtieron en ciudades (San Diego, Los Ángeles, San Francisco, Sacramento, entre otras) es decir el meollo de este Estado. Realmente un visionario. Pero por estas tierras ha pasado mucha gente, muchos pueblos. En 1822 paso a ser mejicano, en 1845 estadounidense, luego vino la fiebre del oro y se llenó de británicos, más tarde daneses y suizos, en 1872 con el ferrocarril hubo poblaciones que llegaron a tener el 10% de su población china. A finales del XIX los japoneses plantaron las fresas. Ya en el XX mejicanos, italianos, suecos, filipinos. Hasta sus propios compatriotas emigraron durante la Dust Bowl, la gran sequía de los años 30. ¿Quién falta?

Monterey, no olvides llevar a la familia
La tierra de esta región es rica y se nota, hay grandes plantaciones de fresas, espinacas, espárragos y mucho frutal. En el mercado semanal de granjeros en Santa Bárbara puedes encontrar albaricoques, cerezas, naranjas, pomelos. Todo made in California. Y es que este Estado, el mas rico de los EEUU y séptima potencia mundial si fuese independiente, tiene de todo. Industria en el Norte, Silicon Valley en la bahía de San Francisco, la industria cinematográfica en Los Ángeles. El mayor número, junto a Alaska, de parques nacionales de los EEUU, Bosques en el interior. Agricultura como una gran espina dorsal que la recorre. Grandes viñedos en el centro, Petróleo en sus costas.¿Alguien da más?

Hoy he tenido envidia de los jóvenes. Ha sido en Santa Bárbara, pueblo de la costa ya cercano a Los Ángeles. Su estructura central es tipo ciudad colonial española, división en cuadras con casas de paredes blancas y tejados rojizos. El aspecto global, alejándote ya del centro, es de una pueblo de la riviere francesa. Rico, hecho para jubilados, todo muy cuidado, ordenado, aceras anchas, comercios de lujo, flores ¡como olía el jazmín, por favor! y arboles rodeándolo todo. Una bahía preciosa, con paseo marítimo, palmeras y césped. Un destino caro, como me decía el imbécil que me atendió en el albergue. Además y ahí esta su punto juvenil tiene universidad. Cinco, para ser exactos.
Pero decía que hoy he tenido envidia de los jóvenes, y no precisamente de los anteriormente descritos, sino de la juventud en general. De su espíritu, de cómo se comportan, se reúnen, se conocen. Ha sido en el albergue, por la tarde, yo escribiendo y ellos divirtiéndose. Había alemanes, llegaban suizas, dos suecas miraban una peli, más alemanes con sus cervezas, unos canadienses viajando en furgoneta, un par de asiáticas, un par de rusas trabajando durante el verano en el albergue. Me he sentido viejo entre tanto veinteañero, tanto que me he ido a comprar un pizza y luego directamente a mi habitación.
lunes, 28 de mayo de 2007
Sueños sin imágenes
Sueño panameño
Tuve que volver a Madrid por cuestiones que desconozco. De nuevo. Alguien me llamó. Alli me encontré con JFBA y con XX que le acompañaba. Anduvimos por La Castellana y alrededores. JFBA no paraba de preguntarme por mis necesidades, estaba empeñado en comprarme unas botas. Le argumenté que no las necesitaba, que las que llevo puestas son buenas. Impermeables. Las adquirí el año pasado antes de ir a Nicaragua. El insistía pero me mantuve firme. No las necesitaba, no quería cargar con más equipaje, aunque tuve dudas con una cámara de fotos, dado que la mía se iba a romper un poco más tarde. Les dejé. Me dirigí andando a mi casa de Gimbte (primera población donde residí en Alemania, a diez km de Münster) a través de un bosque tropical, cuesta abajo, siguiendo las vías del tranvía de San Francisco. En el trayecto me cruce con uno de pasajeros, otro de mercancías y un tercero de reparaciones. A mitad del recorrido vi que mi cámara de fotos estaba encima de una mesa camilla. La cogí en la mano y seguí mi descenso. De repente empezó a salir agua de uno de los objetivos, tenía dos como los primáticos. No entendía nada. Aquello no paraba de manar agua. Cuando tenía la sensación de que aquello iba a acabar agitaba la cámara para secar las últimas gotas y volvía a manar. Me desperté. Es absurdo, me dije.
Vuelvo a conciliar el sueño. Estoy en el aeropuerto para volver a retomar mi ruta. Veo a tres niños de unos siete años iguales, mismo corte de pelo, mismo polo azul, mismo pantalón corto beige. Sus padres les siguen. Me digo "mira trillizos". Sigo mi camino hacia la zona de embarque. Me los vuelvo a encontrar, pero esta vez se han unido al grupo cuatro niñas de unos cinco años. Exactamente iguales. Exacta melena rubia, lisa por debajo del hombro, exacto polo azul entallado y exacta falda color beige. Su madre permanece apoyada en el respaldo de un banco. Me dirijo a ella, "madre mía, cuántos hijos", "Sí y aquí llevo –me enseña una cajita redonda y trasparente– los otros cinco". En su interior efectivamente hay cinco bolas semitraslúcidas algo superiores a una canica. "Estos decidimos no tenerlos, pero siempre los llevamos con nosotros" me comenta. "Claro, son muchos gastos tantos hijos…" afirmo como si tuviese experiencia.
Aparece el marido. Me presento. Me dicen que son panameños y que viven en el XX, conocido barrio lujoso de de la capital. Es cierto no parecen pobres. Son blancos pero tostados por el sol. Su piel es fina, cuidada. Él, pelo castaño con flequillo en forma de visera, ella algo gordita, como buena latina bien situada, y cabello como sus hijas. Visten igual que sus cachorros. Polo azul, pantalón corto beige él, falda beige hasta la rodilla, ella. Les comento que mi vecina RR me ha dado la dirección de AR, expresidente de su país, mi miran con cara de circustancia y como de cierto de desprecio hacia el personaje y me dicen "ah, sí, vive en YY población de alto standing cercana a la capital"
Estamos a punto de despedirnos, les digo mi nombre y les pregunto por el suyo y si me dejan hacerles una foto. Se niegan, "no puedo" dice él con una espléndida sonrisa. "…¿Y una foto de espaldas? Tampoco. "¿Y de los niños? Tampoco. Esa fue nuestra despedida.
Las consecuencias de un beso en los morros
SEV (Seudónimo) se disculpó el otro día, me aclaró el malentendido y lo hizo con "un beso en los morros". Me lo comí. Ha tenido consecuencias. Nocturnas. SEV vino el sábado a eso de las tres de la tarde. No la esperaba. Quería verme. Habló de temas que me agotan y que nos atan. Le propuse dar un paseo por la ribera. Vivo en Madrid. Solo. A orilla del río Manzanares, mi casa es moderna, de arquitectura racionalista, con jardín frontal y vistas al paseo fluvial. Muy Vacouver. Es Vancouver. Salimos, nos desvestimos y caminamos desnudos. Su cuerpo es hermoso, pechos pequeños, fina cintura y nalgas de volver la mirada. Su cara preciosa, llena de misterio. Yo, con curvas donde antes había líneas. Anduvimos un buen rato, no recuerdo si hablamos o no. Me gustan los silencios, le dije. Me tomó de la mano. Al rato se paro, se puso ante mi, posó una mano sobe mi nuca, la otra en la mejilla y me atrajo hacia si. Acercó sus labios. Me besó. Sin vicio, suave pero con pasión. Sabe lo que hace. Ha besado ya a muchos hombres. Me asusté, pero no la rechacé, aunque me sientía bloqueado. Nos tumbamos en la hierba. Nuestros actos no pasan de las caricias y los besos. Mil imágenes recorren mi cerebro. Qué hago yo aquí. Ella tiene una vida estable. La mía casi siempre inestable. Ella tiene compañero, coche y casa. Yo no tengo nada y además estoy de viaje. Me levanto, me sigue. No hay reproches. Me sonríe y paso delicadamente mi mano abierta por su cara. Cierra los ojos y mantiene la sonrisa. Nos vamos. ya cerca de mi casa dos matrimonios cerca de los 60 se desnudan y nos sonrien a su paso. Seguimos desnudos.
Un despertador suena, mi vecino de litera salta. Son las 6.45. ¡Qué ha pasado! Estoy sudado, asustado. Me levanto, no puedo dormir. Voy al baño y tomo apuntes. Es la primera noche de calor después de dos frías. ¿Habrá sido eso? Me duermo
En traje de lino blanco
Me quería vestir elegante para la ocasión. El blanco me favorece y el lino, lo mejor para el verano. Así que salí de blanco, traje blanco, camisa blanca, sandalias blancas y sombrero blanco con una cinta negra. Me acerqué al puerto, directamente al muelle 39, al asiático, donde trajinan con sus pescados, verduras y donde se puede comer directamente en la calle. Yo era un habitual del 39. Fui directamente al puesto de Yu-Sang, una anciana vietnamita, fina, en los huesos, llena de hermosas arrugas. Su mirada siempre triste. Me recibe en cuclillas, en esa posición corporal que los occidentales nunca podemos tomar; me pregunto si alguna vez se habrá levantado, nunca la he visto de pie. No hablamos, ya no recuero la última vez. Casi no habla inglés u otra lengua, apenas si la he visto alguna vez mantener una conversación con alguien. Yo llego, me sonríe, me sirve lo que tiene, le pago y me voy. Es un acuerdo entre nosotros. Hoy sería la última vez. Sería la última persona que me vio. Horas más tarde un cuerpo con el estómago lleno flotaba sin vida en el muelle. Vestía de blanco, traje blanco, camisa blanca y sandalias blancas. Un sombrero blanco con una cinta negra no se alejó, seguía fiel a su propietario. Dieron las ocho y media. Tenía que levantarme, desayunar y hacer la maleta.
Tuve que volver a Madrid por cuestiones que desconozco. De nuevo. Alguien me llamó. Alli me encontré con JFBA y con XX que le acompañaba. Anduvimos por La Castellana y alrededores. JFBA no paraba de preguntarme por mis necesidades, estaba empeñado en comprarme unas botas. Le argumenté que no las necesitaba, que las que llevo puestas son buenas. Impermeables. Las adquirí el año pasado antes de ir a Nicaragua. El insistía pero me mantuve firme. No las necesitaba, no quería cargar con más equipaje, aunque tuve dudas con una cámara de fotos, dado que la mía se iba a romper un poco más tarde. Les dejé. Me dirigí andando a mi casa de Gimbte (primera población donde residí en Alemania, a diez km de Münster) a través de un bosque tropical, cuesta abajo, siguiendo las vías del tranvía de San Francisco. En el trayecto me cruce con uno de pasajeros, otro de mercancías y un tercero de reparaciones. A mitad del recorrido vi que mi cámara de fotos estaba encima de una mesa camilla. La cogí en la mano y seguí mi descenso. De repente empezó a salir agua de uno de los objetivos, tenía dos como los primáticos. No entendía nada. Aquello no paraba de manar agua. Cuando tenía la sensación de que aquello iba a acabar agitaba la cámara para secar las últimas gotas y volvía a manar. Me desperté. Es absurdo, me dije.
Vuelvo a conciliar el sueño. Estoy en el aeropuerto para volver a retomar mi ruta. Veo a tres niños de unos siete años iguales, mismo corte de pelo, mismo polo azul, mismo pantalón corto beige. Sus padres les siguen. Me digo "mira trillizos". Sigo mi camino hacia la zona de embarque. Me los vuelvo a encontrar, pero esta vez se han unido al grupo cuatro niñas de unos cinco años. Exactamente iguales. Exacta melena rubia, lisa por debajo del hombro, exacto polo azul entallado y exacta falda color beige. Su madre permanece apoyada en el respaldo de un banco. Me dirijo a ella, "madre mía, cuántos hijos", "Sí y aquí llevo –me enseña una cajita redonda y trasparente– los otros cinco". En su interior efectivamente hay cinco bolas semitraslúcidas algo superiores a una canica. "Estos decidimos no tenerlos, pero siempre los llevamos con nosotros" me comenta. "Claro, son muchos gastos tantos hijos…" afirmo como si tuviese experiencia.
Aparece el marido. Me presento. Me dicen que son panameños y que viven en el XX, conocido barrio lujoso de de la capital. Es cierto no parecen pobres. Son blancos pero tostados por el sol. Su piel es fina, cuidada. Él, pelo castaño con flequillo en forma de visera, ella algo gordita, como buena latina bien situada, y cabello como sus hijas. Visten igual que sus cachorros. Polo azul, pantalón corto beige él, falda beige hasta la rodilla, ella. Les comento que mi vecina RR me ha dado la dirección de AR, expresidente de su país, mi miran con cara de circustancia y como de cierto de desprecio hacia el personaje y me dicen "ah, sí, vive en YY población de alto standing cercana a la capital"
Estamos a punto de despedirnos, les digo mi nombre y les pregunto por el suyo y si me dejan hacerles una foto. Se niegan, "no puedo" dice él con una espléndida sonrisa. "…¿Y una foto de espaldas? Tampoco. "¿Y de los niños? Tampoco. Esa fue nuestra despedida.
Las consecuencias de un beso en los morros
SEV (Seudónimo) se disculpó el otro día, me aclaró el malentendido y lo hizo con "un beso en los morros". Me lo comí. Ha tenido consecuencias. Nocturnas. SEV vino el sábado a eso de las tres de la tarde. No la esperaba. Quería verme. Habló de temas que me agotan y que nos atan. Le propuse dar un paseo por la ribera. Vivo en Madrid. Solo. A orilla del río Manzanares, mi casa es moderna, de arquitectura racionalista, con jardín frontal y vistas al paseo fluvial. Muy Vacouver. Es Vancouver. Salimos, nos desvestimos y caminamos desnudos. Su cuerpo es hermoso, pechos pequeños, fina cintura y nalgas de volver la mirada. Su cara preciosa, llena de misterio. Yo, con curvas donde antes había líneas. Anduvimos un buen rato, no recuerdo si hablamos o no. Me gustan los silencios, le dije. Me tomó de la mano. Al rato se paro, se puso ante mi, posó una mano sobe mi nuca, la otra en la mejilla y me atrajo hacia si. Acercó sus labios. Me besó. Sin vicio, suave pero con pasión. Sabe lo que hace. Ha besado ya a muchos hombres. Me asusté, pero no la rechacé, aunque me sientía bloqueado. Nos tumbamos en la hierba. Nuestros actos no pasan de las caricias y los besos. Mil imágenes recorren mi cerebro. Qué hago yo aquí. Ella tiene una vida estable. La mía casi siempre inestable. Ella tiene compañero, coche y casa. Yo no tengo nada y además estoy de viaje. Me levanto, me sigue. No hay reproches. Me sonríe y paso delicadamente mi mano abierta por su cara. Cierra los ojos y mantiene la sonrisa. Nos vamos. ya cerca de mi casa dos matrimonios cerca de los 60 se desnudan y nos sonrien a su paso. Seguimos desnudos.
Un despertador suena, mi vecino de litera salta. Son las 6.45. ¡Qué ha pasado! Estoy sudado, asustado. Me levanto, no puedo dormir. Voy al baño y tomo apuntes. Es la primera noche de calor después de dos frías. ¿Habrá sido eso? Me duermo
En traje de lino blanco
Me quería vestir elegante para la ocasión. El blanco me favorece y el lino, lo mejor para el verano. Así que salí de blanco, traje blanco, camisa blanca, sandalias blancas y sombrero blanco con una cinta negra. Me acerqué al puerto, directamente al muelle 39, al asiático, donde trajinan con sus pescados, verduras y donde se puede comer directamente en la calle. Yo era un habitual del 39. Fui directamente al puesto de Yu-Sang, una anciana vietnamita, fina, en los huesos, llena de hermosas arrugas. Su mirada siempre triste. Me recibe en cuclillas, en esa posición corporal que los occidentales nunca podemos tomar; me pregunto si alguna vez se habrá levantado, nunca la he visto de pie. No hablamos, ya no recuero la última vez. Casi no habla inglés u otra lengua, apenas si la he visto alguna vez mantener una conversación con alguien. Yo llego, me sonríe, me sirve lo que tiene, le pago y me voy. Es un acuerdo entre nosotros. Hoy sería la última vez. Sería la última persona que me vio. Horas más tarde un cuerpo con el estómago lleno flotaba sin vida en el muelle. Vestía de blanco, traje blanco, camisa blanca y sandalias blancas. Un sombrero blanco con una cinta negra no se alejó, seguía fiel a su propietario. Dieron las ocho y media. Tenía que levantarme, desayunar y hacer la maleta.
Monterey, un juego animal para los pequeños lectores




domingo, 27 de mayo de 2007
Yosemine, por la senda de los gigantes
Pero para entender de lo que vamos a hablar hay dos formas de hacerlo, una, cogeros un trozo de plastilina, grande, extenderla: longitud 10 cm, con un ancho de 4 o 5 y un grosor aproximado de 2 y, esto es importante, pasad el dedo por medio, con fuerza, que se hunda, a lo largo y haciendo una pequeña curva. Bien, ¿ya está? Bueno, pues el surco que habeís creado es a lo bestia lo que ha hecho aquí la naturaleza para formar esta enorme "U" que se llama Yosemite. La otra solución, mucho más fácil, os vais directamente a Google Earth con los parámetros y las instrucciones que os doy en la ruta real y lo veréis con exactitud, no olvidéis mover el ratón para iros introduciendo en el valle. Ahora que lo habéis hecho os cuento que estáis en el "lugar de la boca abierta" según la lengua de los indios originarios, los Ahwahnee. Lo que ya no sé es si ellos lo denominaron así por la forma o por la propia expresión del ser humano al visionar la fuerza de la naturaleza al crear esas formas.
En fin, que tenéis a vuestra disposición 1.300 km de caminos para perderos. No vayais nunca en verano dado que recibe unos cuatro millones visitantes. Además las cataratas dejan de rugir en esa época del año: se han quedado sin agua. Lo mejor la primavera y el otoño.
Como siempre al llegar a un albergue hay que esperar hasta que te den la cama, así que me fui al bar y allí me encontré con dos jóvenes dominicanos que se ofrecieron a echarme una mano en todo lo del inglés. Aritza y Michael. Acababan de llegar y tenían permiso de trabajo para cuatro meses. Michael, positivo, estaba feliz, su inglés de nivel bajo pero con soltura y mucha alegría. Apenas 20 años y estudiante en su país. Venía de cocinero y ha empezado de friegaplatos. No le importa, a fregar le enseñó su madre.
Aritza no sabe cuántos hermanos tiene
Le pregunté por su familia, por el número de hermanos y me respondió "muchos, no sé cuántos, depende si hablas de mi mamá o de mi papá" . Perdona, no entiendo, Me explicó, en cas de mi mamá tengo dos, pero mi papá trabajaba en una cervezera como representante y allí por donde pasaba dejaba algún hijo, ahora vive en Puerto Rico y creo que allí tengo dos hermanos más, con lo cual no sé exactamente cuántos hay por La República Dominicana. Algunos viven en los Estados Unidos y a muchos no les conozco. Historias de El Caribe.

La conocí el segundo día de mi estancia. Fue por la mañana, al montarnos en un minibús para la excursión a Yosemite. Me preguntó mi nacionalidad y yo la suya. Alemana. Wie schön! Qué maravilla, le respondí. Me miró extrañada. Se lo expliqué. De golpe, sin miedo, sin pausa. Cinco días sin hablar con nadie es mucho. Me entendió. Ella pasó lo mismo en SF. A Elfie, como buena alemana, le gusta California, de hecho es un de los destinos preferidos por ese pueblo, y no sólo por sus ciudades, sino por sus bosques, su paisaje. Es feliz allí: wie schön, repite constantemente, tan alemana! No quiere irse. Otro joven alemán que también está con nosotros y que lleva un año viajando afirma que allí donde se pueda caminar encontrarás un alemán y no le falta razón. A Elfie le delata su acento a pesar de llevar viviendo casi 20 años en Berlín, es bávara y por ello pronuncía mi nombre mejor que el resto de sus conciudadanos. Hay comunicación. Nos entendemos. Nos necesitábamos. No paramos de hablar. Yo soy feliz, ella parece serlo.
Elfie viaja sola, trabaja de redactora de páginas web y se ha tomado un descanso de tres meses para recorrer unos cuantos países de América. No tiene destinos fijos. Es una mujer viajada, ha visto ya mundo y por lo que parece, no habla de temas personales, siempre sola. Es joven, aunque mayor que yo, desconfiada y con mirada fría. Esos ojos los conozco, los he visto antes. Muchas veces, pero no les temo. Guardan las distancias pero buscan cercanía. Su tipo, como buena alemana a esa edad, es hermoso todavía. Saben cuidarse, no se puede negar, y ella más si cabe, no bebe, no fuma, no come carne. Demasiados noes para un pecador como yo. Un beso, Elfie, para cuando me leas.
Escribo desde Monterey, pero lo aquí ocurrido, nada especial lo dejo para otro día.
miércoles, 23 de mayo de 2007
SF. La materia de la que están hechas las cosas
be sure to wear some flowers in your hair...
If you're going to San Francisco,
Summertime will be a love-in there"
San Francisco (Be Sure to Wear Flowers in Your Hair)"
John Philips, The Mamas & The Papas
If you're going to San Francisco,
Summertime will be a love-in there"
San Francisco (Be Sure to Wear Flowers in Your Hair)"
John Philips, The Mamas & The Papas
100.000 jóvenes, hombres y mujeres, tomaron las calles acabado el curso escolar. Todos venían bajo una consigna: "Sí vas a SF, estate seguro de llevar una flor en el pelo". Ya desde Semana Santa empezaron a venir "los niños flor" eran las primeras gotas de lo que luego fue una tormenta de gente. Tomaron el distrito de la Haight Street y el parque limítrofe, el Golden Gate Park. Vagaban arriba y abajo, no buscaban nada, pero anhelaban un mundo nuevo. Había un éxtasis colectivo. La consigna había sido proclamada en enero de ese año, 1967, durante un acto contracultural denominado Human be-in, donde se buscaba la vida en comuna, la conciencia ecologista y la expansión del conocimiento, todo regado con las ideas del movimiento hippie, las teorías de la generación beat y de los jazz hipster, y al ritmo de The Grateful Dead y Jefferson Airplane, entre otros. Ah, y no olvidemos un alucinógeno que tuvo en el 66 su gran explosión y su defunción, traducido en la prohibición de octubre de ese año, el LSD, los "tripis". Toda esta mezcla provocó hace ahora 40 años lo que se denominó "Summer of Love", el verano del amor. Unas semanas después, en Monterey, a 188 km, tuvo lugar el primer festival rock de la historia. 200.000 lo escucharon. California se convertiría en la capital mundial de la música.

Fue un festival, fue una concentración hippie, qué fue, fue … "la materia de la que están hechas las cosas" titulaba el San Francisco Chronicle en su edición del pasado domingo –y tres días más– un gran reportaje sobre aquel verano florido. "En el momento en el que aquel verano legendario del amor golpeara San Francisco hace 40 años, la fiesta estaba ya en Haight-Ashbury, (nombre proveniente de la intersección de esas dos calles)" y continua afirmando que "con todo la mitología de ese verano en 1967 nunca ha desaparecido. El hippie de San Francisco, bailando en Golden Gate Park con el pelo largo floreado, ha hecho tanto por el arquetipo americano como los pistoleros y los vaqueros que vagaron por el oeste salvaje. Más importante todavía, la ascensión de la contracultura de los años 60 ha tenido un impacto significativo en nuestra cultura hoy. El verano del amor resuena en las clases de yoga, en la música pop, en el arte visual, (…) en las actitudes hacia las drogas, la revolución del ordenador personal, y en la loca huida actual hacia el conciencia ecológica de América."

Diría más, ha sido un gran acierto porque he roto un tabú interior que me estaba persiguiendo desde hace un par de años: he entrado a una tienda de ropa y no me ha comido nadie. Sí, lo que ois, me he comprado dos camisas guapísimas, verano look. Me hubiese comprado media pañería. Nada de negro. He entrado sudando, angustiado, como me suele ocurrir cada vez que penetro una boutique, zapatería o similar, pero he salido sano y salvo con dos trapos que van a crear sensación de aquí a la eternidad. Y no ha acabado todo ahí, también he preguntado, en una zapatería, por unas sandalias, preciosas, hechas para mis pies, y para los ojos de otros, pero eran demasiado caras. No importa, encontraré otras. El tabú está roto. Sólo me quedan unos pantalones, que eso sí que me acojona, los más nuevos que llevo puestos tienen ya cuatro años, mi último intento fue éste último otoño, visité como una docena de tiendas, y empujado; a la tercera ya me hubiese ido a casa corriendo. Fue tal el estrés que me produjo, que me tuve que meter a la cama. Ya sé que suena increíble, que nadie se lo puede imaginar pero es real. Lo prometo. Tengo testigos.

Parece ser que hoy la cosa va de prensa. La revista semanal de ocio sfweekly saca todos los años por estas fechas su particular anuario de lo mejor de SF, lo divide en cuatro secciones (gente y lugares, deporte y recreo, tiendas y servicios, comer y beber, y por último arte y entretenimiento) y entre esas categorías entra por ejemplo el mejor lugar para jugar a ping pong, o el mejor para hacer el amor al aire libre, o dónde leer un diario deportivo o un masaje en diez minutos, sin olvidar el mejor sushi o el mejor burrito, pero para mi lo más interesante no es si este lugar o ese otro, sino otras dos cosas: primero la concepción de este especial en blanco y negro en la cual no hay ni un sólo sitio que aparezca en las guías ni en los folletos dedicados al turismo y segundo la absoluta independencia respecto a la publicidad, que hay mucha, y que aparece a todo lo largo de la publicación.
martes, 22 de mayo de 2007
San Francisco, la puerta dorada de occidente
Según un empleado del hotel, italiano de nacimiento, con "31 años y medio en cada pierna" y que llego a los 19 a esta ciudad antes no era así, antes los policías eran los irlandeses y los italianos los delincuentes y cada uno sabía su papel, había respeto, "ahora todo es basura socialista". "No quieren trabajar, todos ellos han nacido aquí, no veras a un mejicano o a un vietnamita tirado como estos cabrones" afirma sin cortarse.
Gente, mucha gente, así son las calles de SF, siempre llenas y es que es la ciudad de EEUU. con mayor densidad de población después de Nueva York, pero sólo el 55% son realmente "blancos occidentales" el resto es un crisol de nacionalidades siendo la más numerosa la china con casi un 18%, seguida de la hispana con un 12%, el resto muy repartido. Estos datos deben imprimir un carácter muy especial a una ciudad que una estancia de cinco días difícilmente puede descubrir. Si además añadimos que es un destino turístico por excelencia provoca que sus calles posean un gran colorido. Siempre hay algo, siempre pasa algo.

A los españoles en general nos domina un gran sentimiento antinorteamericano, hablamos de los yanquis con desprecio, influenciados evidentemente por el poder de este coloso, por las barbaridades de sus mandatarios y por el tipo de americano que aterriza en nuestras ciudades y playas. Los identificamos a distancia: esa cara de bobalicones, bastante horteras vistiendo, con pantalones cortos a cuadros y su eterna gorra de béisbol. Y claro nos equivocamos, porque llevo dos semanas en los Estados y no los veo, no los encuentro. Sí, alguno se distingue entre tantos. Los hay, los he visto pero sobretodo lo que he visto es americanos (estadounidenses, ya lo sé, pero es tan larga) de a pie, de pelo largo y corto, con sus vaqueros y camisetas como tú o yo, horteras y elegantes. Gente a la que amarías u odiarías cada día que sales a trabajar en tu ciudad. Por eso es bueno viajar, porque se diluyen exponencialmente los prejuicios que tenemos sobre otros pueblos. No he conocido a nadie, lamentablemente. Todo lo opino por observación: la perspectiva del mirón, pero sé que ha habido mucha gente que hubiese deseado hablar, saludar e incluso besar.
Pues lo mismo, casi no la veo, quizás en otros Estados sea diferente, no lo sé. La Pepsi,sí, pero también menos de lo que uno pudiese imaginar. La gente bebe litros de café y té. Limonadas, cerveza y aquí en California vino (lo del alcohol es un tema que no acabo de entender, en cada Estado hay una normativa diferente respecto a las restricciones. En California, más aperturista, únicamente no dejan beber a los menores de 21 años. Más de un vez me han pedido el carnet (I.D) para demostrar mi edad, ¡con mis canas y arrugas!
Las hay, palabra y los fish & chips, pero no creo que haya lugar en el mundo (y hablo por Vancouver, Seattle, Portland y aquí) donde haya tantos restaurantes japoneses, chinos o mejicanos. Siempre están llenos. Aquí se come de todo, pescado, marisco, cerdo, pollo y vacuno. Más que los reyes del fast food, son los reyes en la creación de conceptos para la exportación. porque… qué es comerse un bocata más que la versión clásica española de la comida rápida, es decir, fast food.
San Francisco, Frisco, para los amigos, es bonita. Hay cosas que ver, mucho que ver, (una de las razones, ha habido otras también, de mi retraso en las entregas ha sido pensar que no daba a basto con todo) te puedes tirar una semana tranquilamente sin parar de hacer cosas. Portland, a pesar de lo que me gustó, es una etapa intermedia, para no hacer nada, descansar y mirar. Aquí no, aquí el cuerpo te pide ir de un sitio a otro. Caminar, subir una colina, bajar otra colina –cuarenta, me comenta una lectora–, coger el tranvía, darte un paseo en bici por los kilómetros de parques que posee o realizar una escapada a los alrededores, puro lujo. Tiene museos–el SFMOMA (Museum of Modern Art of San Francisco), un buen cofre con magníficas joyas en su interior–, tiene una buena escuela de diseño, tiene muchos barrios con sus particularidades, chino, italiano, gay, hippie, yuppi, de todo, con una caracteristica común la belleza de sus casas, a cada cual más bonita,
Mañana o pasado: El verano del amor. La materia de la que están hechos los mitos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)